Parece que el volcán sin nombre de Cumbre Vieja ha entrado en el silencio. Hay que esperar hasta el Día de Navidad para certificar el final de la erupción, pero nunca podemos fiarnos de los procesos de la Naturaleza, pues nos falta aún mucho camino para entender con cierta seguridad su evolución. Si, finalmente, la erupción ha terminado, se abre una nueva etapa. Muy laboriosa, porque hasta ahora la destrucción no daba tiempo a pensar en el futuro. Es la hora de la reconstrucción y es ahí donde queremos calibrar la fiabilidad de las promesas que se hicieron cuando corría la lava.
A nadie se le esconde la complejidad de la tarea que ahora empieza. Bajo esa lluvia de fuego han ido desaparecido viviendas, tierras de cultivo, bodegas, pequeñas empresas familiares dedicadas al comercio o cualquier otra actividad, servicios públicos y hasta el pueblo entero de Todoque. Donde antes había un barranco por el que discurría el agua de la lluvia, ahora puede haber una montaña, pues hay lugares bajos en los que la altura de la lava sobrepasa los cincuenta metros. Se ha dibujado una nueva topografía, que necesitará un estudio adecuado porque ahora todo puede funcionar de otra manera, y las escorrentías, como la lava, se adaptan a los desniveles de nuevo terreno. Es decir, no se trata de empezar a lo loco, ni tampoco el volcán permite que se haga inmediatamente, pues las coladas pueden tardar meses en enfriarse. Aunque sí hay que agilizar las ayudas -especialmente las donaciones- que ya hay demasiada angustia en las personas afectadas.
Desconozco el tiempo que llevará eso que llaman reconstrucción. Tampoco sé si lo que ahora procede es restaurar, reparar, restablecer o imitar lo que había; por el contrario, podría imaginar que la terrible desgracia colectiva que ha afectado a tanta gente se convirtiera en una oportunidad para desarrollar un valle de Aridane pensado para el futuro. Aunque la última opción me parece utópica, pues algo así se predicó al principio de la pandemia sobre las salidas económicas de Canarias, y estamos viendo que todas las fichas que se han movido van hacia el intento de restablecer lo que había antes de marzo de 2020. Ignoro qué se va a hacer en La Palma, pero quiero suponer que los técnicos especialistas sabrán qué y cómo ejecutarlo; eso, contando con que quienes tienen el poder político sigan todos a una, no empiecen a hacer partidismo o crean saber más que ingenieros, economistas, topógrafos y demás especialistas que tendrían mucho -o todo- que decir. Y no sería raro, porque a veces da la sensación de que quienes ocupan un cargo adquieren una especie de ciencia infusa que les permite entender de todo.
Urge, sin embargo, una reconstrucción que no admite demoras. Hay miles de personas que han visto desaparecer su modo de vida, su cotidianidad, ya irrecuperable tal como era, sus proyectos personales inmediatos. Ese es el gran desafío, tratar de paliar los efectos psicológicos y sociales en todas las personas afectadas. El temple palmero se ha certificado una vez más, la fuerza de quienes resurgen de sus cenizas (y no es un símil), pero la mente humana es complicada, y tanto en lo personal como en lo social ha sufrido un mazazo. Nada va a ser igual; unos se adaptarán mejor, otros necesitarán mucho apoyo (económico también) y habrá incluso quienes sentirán que, más que una reconstrucción, es un nuevo comienzo, y lo comienzos, que a veces son ilusionantes, son distintos cuando están forzados y no era la línea de cada persona. Ese es un trabajo perentorio, inaplazable; sin embargo, si ya está debilitada la asistencia en la salud mental, una acción como esta no es solo colectiva, necesita de la atención personalizada en muchos casos. Que no es poco impacto que arrasen tu modo de vida, tu vivienda y hasta tus recuerdos.
Escribo estas líneas cuando el volcán lleva cinco días silencioso e inactivo. Sería un gran regalo de Navidad que, precisamente ese día, se pudiera certificar el final de la erupción. Es ahora cuando tenemos que seguir hablando de La Palma, de empujar para que lo prometido se cumpla, y que las personas que han sido dañadas por el volcán se sientan arropadas por los habitantes de toda Canarias. Y ojalá la dirigencia política esté a la misma altura en los hechos que en las promesas.
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