De las castañas al macrobotellón

 

El olor a castañas tostadas hace que regresemos a tiempos pasados, cuando, en los últimos meses del año, la calle de Triana de Las Palmas de Gran Canaria y sus transversales eran un hervidero, casi no se podía caminar, porque todavía no era peatonal y los coches y las personas convivían entre el ruido,  las proclamas de los vendedores de lotería de Navidad y el ajetreo de idas y venidas de adolescentes que vendían números de rifa para recaudar fondos para los primeros viajes final de curso, que eran entonces la novedad.

 

 

Desembocabas en el parque de San Telmo y había puesteros de artesanía (casi siempre con un aire hippie que olía a pachuli). Cerca de la ermita solía ponerse el chiringuito de las muñecas Chochona, con su pregonero al micrófono, y al lado del quiosco (entonces se escribía con K) se ponía la vendedora de turrones La Moyera.  En cada esquina del parque se agolpaba la chiquillería en busca de los puestos de roscas o nubes  de algodón de azúcar, que funcionaban con un generador de gasolina que tenía un traqueteo característico. En medio, un poco más allá del gran árbol que preside y que es el eje de Belén municipal, había atracciones de feria para los más pequeños, que simulaban trenes, aviones o barcos, y por el otro lado el tiovivo con su música particular. Al fondo del parque, los cochitos de choque hacían las delicias de  jóvenes y no tan jóvenes, con música de actualidad como fondo y los pitidos habituales al empezar y acabar el tiempo de la atracción. Y en todas partes, calle o parque, puestos de castañas tostadas  servidas en un cucurucho de papel de periódico.

 

Queda en la memoria de generaciones pasadas, porque ahora no se vive ese ambiente, y no podemos echarle la culpa a la pandemia, porque hace años que ha ido desapareciendo, tal vez porque ya no están las tiendas propias de la zona y se multiplican las franquicias, o porque la burocracia lo hipercontrola todo. Lo que era habitual en los meses fríos se concentra en unos días estrictos en los que se montan carpas y casetas para vender artesanía, un esporádico puesto de algodón de azúcar en el parque y un tostador de castañas en una esquina de Triana, que es el que me ha hecho recordar y el único vínculo con aquella improvisada verbena popular que, ahora, en la Noche de Reyes, se ha convertido en un enloquecido macrobotellón.

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