El misterio de la edad

 

Nunca he entendido esa prevención que suele tenerse contra la edad. Hay quien llega a falsificarla en documentos oficiales y se le arma un lío burocrático cuando tiene que hacer una gestión, o incluso ha creado confusión legal en alguna diligencia, porque la partida de nacimiento nunca miente, y es lo que finalmente prevalece.  Ese juego con las arrugas, las canas o la calvicie obsesiona a muchas personas y no disfrutan del tiempo de que disponen porque se empeñan en detenerlo, y parar el tiempo es imposible.

 

 

Se ha hablaba mucho -ya menos- de la famosa crisis de los cuarenta, que suele afectar espacialmente cuando se dobla la esquina de una década. Y es una pasión inútil -Sartre dixit- porque  pueden contarse los años, pero nunca puede saberse la edad, porque no se sabe el tiempo -siempre el tiempo- que queda a cada cual.  Alguien en plena juventud puede tener una fianza de unos pocos años, y hay gente que, pasada la madurez, puede vivir más años que ese joven que no sabe que su vida será corta.

 

De lo que se trata es de vivir con la mayor plenitud posible el tiempo que se nos concede. Te despiertas por la mañana y sabes que te han dado otro día, y otro, y otro, hasta que no queden más, pero nadie sabe cuántos. Entiendo que la gente quiera tener una presencia más lozana, pero los años acumulados también son experiencia y sabiduría, esas asignaturas que para ser aprobadas necesitan ese tiempo tan invocado. Nadie sabe en realidad la edad que tiene, el número de años sí, y conoce el contenido de su mochila, que siempre es un dato a favor. Y esa sabiduría almacenada tras muchos amaneceres nos enseña que solo existe el hoy.  Por eso hay que respirarlo, inhalarlo, tragárselo y asumirlo, y como dice El Cholo Simeone, ir partido a partido, porque la edad es un misterio.

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