Salud mental

 

Cuando estábamos en la segunda ola de la pandemia, alguien dijo que la tercera sería la de la salud mental. La verdad es que no se equivocó, porque la tensión constante que tiene la ciudadanía acaba afectando mentalmente con ataques de ansiedad, problemas de sueño o, lo peor, cuadros depresivos de diversa índole. Dicen los farmacéuticos que ha subido muchísimo la venta (y el consumo) de medicaciones destinadas a tratar de mejorar esas manifestaciones, que empiezan con problemas psíquicos y acaban con problemas físicos, generalmente en la parte más vulnerable de cada persona.

 

 

Es fácilmente explicable el zarandeo psicológico que puede padecer, a consecuencia de la pandemia, alguien que pierde su trabajo, que está en un ERE incierto, que tienen problemas en su negocio si es empresario, o en su actividad si es autónomo. De eso, por desgracia, tenemos mucho en Canarias, donde la actividad turística ha estado prácticamente a cero, y ahora empieza a levantar cabeza, con la amenaza de un alto nivel de incidencia del virus.

 

Hay quien puede entender, por el contrario, que no hay razones lógicas para que esto le suceda a quienes, en teoría, no han sufrido menoscabo en su estabilidad social o económica. Pero no es así; la mera presencia de esa espada de Damocles que se balancea sobre nosotros crea una inseguridad tremenda, que acaba afectando a mucha gente, porque el simple hecho de salir a la calle es una aventura y un estado de tensión permanente. Y como nuestro cerebro tiene compartimentos que no controlamos racionalmente, aparecen a menudo las mismas manifestaciones que en quienes sí tienen motivos explicables para estar afectados.

 

Tampoco están libres de la amenaza para su salud mental quienes parecen no temer el contagio y siguen tan vivarachos como siempre, porque a veces me pregunto si esa obsesión por la fiesta y el descuido de las medidas básicas recomendadas no será una respuesta incontrolada de alguien que, en la confusión general, ha decidido inconscientemente entregarse a la ruleta rusa de los contagios. Y entre una cosa y otra, en medio de un botellón sin reservas sanitarias, se puede escuchar a una chica afirmar que, si no le tienes miedo, el virus no contagia. Y lo decía tan convencida que realmente puede decirse que, detrás de esa presencia tan alegre y despreocupada, hay un problema psíquico del que no es consciente.

 

No ayuda ver cómo gobiernos y multinacionales se aprovechan de la situación, la minimizan o la agrandan, según conveniencias. Es triste escuchar que los laboratorios farmacéuticos que han hecho las vacunas en circulación no quieren ni oír hablar de la liberalización de las patentes, aunque sea temporal, y no les presiona ni que lo pida el presidente de Estados Unidos en persona, de lo cual deducimos quién manda de verdad. Y el Tercer Mundo con la vacunación en números que dan ganas de llorar.

 

Por lo tanto, es verdad que una ola paralela al virus es la de la salud mental. Cuando todo esto pase, que supongo que un año de estos acabará, no sé si podremos sin reservas abrazar a nuestros amigos, tocarnos sin miedo, darnos un simple apretón de manos o contar un secreto al oído. Ese será otro aprendizaje, pero ya sabemos que el miedo, cuando se atrinchera, es un enemigo muy complicado. Esperemos que mantengamos la frescura racional necesaria para cruzar todos esos puentes, que es, en definitiva, vivir.

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