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¿Cuánto dura una pandemia?

Trato de entender las reacciones colectivas de la gente y se me ocurre que hay una especie de sensación de engaño, aunque nadie haya tratado de engañar. Cuando comenzó oficialmente la pandemia, con el Estado de Alarma de marzo de 2020, pensábamos que la cosa alcanzaría como mucho hasta el otoño. Nadie dijo cuánto iba a durar, pero pronto vimos que aquello iba para más largo, y el principio del fin estaría en la llegada de las vacunas.

Las vacunas llegaron en un tiempo muy corto para lo que suele durar el proceso de investigación, y ya se trataba de administrarlas y a otra cosa. Luego se ha visto que, el solo hecho de pincharlas es una epopeya que ya lleva medio año y no está claro cuándo va a terminar. Y en medio de todo, cuatro olas de contagios y parece que ya estamos en la quinta. Hay quien se pregunta qué clase de vacunas son estas, porque siempre entendimos que cuando nos vacunábamos contra la viruela o el sarampión ya estabas inmunizado del todo. Pero ahora no es así, con la característica de que, de las cuatro vacunas en liza, tres necesitan dos dosis, y en el espacio temporal entre una y otra puedes contagiarte.

Estamos ante un problema nuevo en el que se funciona con la práctica científica, y ya nadie puede dar seguridad sobre nada. Tanta obsesión por festejos y por pasar por encima de las normas se me antoja como una reacción del inconsciente colectivo de ponerse en manos del destino. Es que, si no, no se entiende cómo es posible que multitudes se apiñen sin distancia ni mascarillas. Me viene a la memoria la reciente final de la Eurocopa, con un estadio de Wembley abarrotado, sin separaciones y sin ninguna protección. Y menos entiendo que las autoridades políticas, sanitarias y deportivas hayan permitido algo así. Debe ser que también se pusieron en manos de ese destino caprichoso que antes mencioné.

Mientras los números son inquietantes, se habla de levantar tales o cuales restricciones, o que hay países que ya tienen fecha para volver prácticamente a la normalidad anterior. Preocupan los números en Canarias, pero se sigue insistiendo en que hay que salvar el verano. Cierto es que hay que salir del agujero económico, pero tal vez se podría salir igual con un poco más de cuidado. Luego aparece en un noticiario que tenemos tal cifra de vacunados con una dosis y otro número de personas con las dos (que llaman alegremente inmunizadas) y ya parece que las cifras de contagios e ingresos no tiene importancia.

Hay un sector amplio de la población que va un paso por detrás en la desescalada, pues no se quita la mascarilla al aire libre y mantiene las medidas higiénicas de siempre. Se diría que ese grupo de gente es más responsable que la propias autoridades políticas o judiciales, pero de poco sirve, si por otro lado no cesan los botellones y las aglomeraciones, sea para honrar a un santo o para celebrar un evento deportivo. Y hay un ambiente general de que da lo mismo estar en el nivel de alerta que sea. Y el destino ese al que se encomiendan no funciona por azar, sino que es consecuencia de lo que hagamos o dejemos de hacer como sociedad.

En resumidas cuentas, ya nos hemos acostumbrado a la incertidumbre, y por ello hay quienes se saltan cualquier disciplina, por muy lógica que sea. Me quedo perplejo cuando escucho decir a algunas personas que llevan demasiado tiempo encerradas y que necesitan vivir; es un contrasentido porque luego juegan a la ruleta rusa con el virus. Así que, seguiremos en este tira y afloja con nosotros mismos.

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