Esta semana ha sido puesta a prueba nuestra resistencia al horror. Lo ocurrido con las niñas de Tenerife es una historia que sobrepasa la imaginación de cualquier relato de terror. La violencia vicaria es la más cruel de todas, y más cuando se planifica como una secuenciación de todos los pasos. Son muchos los menores que han caído víctimas de ese odio enconado de sus padres hacia sus madres, o el revés, que esta misma semana también una mujer mató a su hija de cuatro años para infligir dolor a su expareja.
Estas acciones nos hacen temblar, porque quienes las perpetran son seres humanos como nosotros, y nos aterra siquiera suponer que esto puede ocurrirle a cualquiera. No estoy de acuerdo, existe un factor que escapa a cualquier clasificación psiquiátrica, y es la maldad. Nunca he creído las teorías de Rousseau, que vienen a decir que los seres humanos nacen limpios y que sus conductas se van mediatizando por el devenir de su vida. Cierto es que la educación recibida y el ambiente en el que se mueven las personas influyen en sus comportamientos, pero no hasta el punto de convertir a una persona sana en un psicópata.
Si nos hemos fijado, hemos podido ver la maldad en niños y niñas, y la demostración de que los ambiente no son determinantes en la maldad es que dos hermanos, a veces incluso mellizos, criados en la misma familia, son completamente distintos. Esto es normal, pero a veces en uno de ellos está ese componente malévolo, que, sin que nadie lo enseñe, se convierte en un ser que se vale de la mentira, la manipulación y a veces hasta de la simpatía para conseguir por encima de cualquier cosa sus propósitos. Son maestros del fingimiento, y no hay forma de cambiar el rumbo de esa mente que se pasa el día ejerciendo la maldad. Por fortuna, son habas contadas, pero sí que te das cuentas de que esas excepciones toman rumbos especiales a lo largo de su vida, y es que cuando la maldad se une al odio irracional tenemos un cóctel diabólico. De otra forma no se entienden comportamientos tan brutales y crueles, llevados con una sangre fría que no parece cosa de humanos.
Un daño colateral e indignante es la utilización política de hechos tan terribles. Cada fuerza lleva la brasa a su sardina y se juega con el dolor de las familias para conseguir réditos políticos. Por desgracia, ya estamos acostumbrados a esos comportamientos y no nos causa sorpresa, pero sigue siendo una vileza la utilización de hechos tan horribles para abonar discursos que ni siquiera estoy seguro de que crean ellos mismos.
Llevamos unas semanas especialmente duras, y nadie se explica cómo es posible que se pueda odiar tanto a quien un día se amó, y el problema es que esas personas que se creen dueñas de la vida de otras nunca las amaron, las han tenido como una posesión a perpetuidad. Siempre me digo que algo estamos haciendo mal como sociedad. Y más que algo, diría muchas cosas, porque los estímulos que llegan a la gente a través de los medios y las redes sociales son con demasiada frecuencia mensajes que provienen de machismo más arcaico.
No acabamos de creernos que se pueda hacer tanto daño a seres inocentes. Ojalá nunca tengamos que escribir sobre hechos similares, porque la sociedad tiene que reaccionar contra tanta brutalidad, y que sepan quienes tengan tentaciones de maltrato que tienen la condena social. Esa es al menos mi esperanza, porque la muerte de estas niñas es algo que mi mente no acierta a asimilar.
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