La política suele jugar con las grandes palabras, que por lo visto son polisémicas, porque para cada uno de ellos significan cosas distintas conceptos supuestamente universales como libertad, convivencia y, sobre todo, democracia. Si esto ya era una tónica habitual, en el que la libertad y la democracia se las adjudicaban cada uno de ellos para sí mismos, en la campaña electoral de la Comunidad de Madrid esto ha llegado al disparate, con eslóganes delirantes y teorías basadas en hipótesis, porque de los programas electorales poco se ha hablado. Y mira que se ha hablado.
El punto de inflexión llegó hace unos días en un debate mañanero de la Cadena SER, a resultas de que la representante de Vox no quiso condenar explícitamente las cartas con balas enviadas al ministro del Interior, a la directora de la Guardia Civil y al candidato Pablo Iglesias. Lo que iba a ser un debate acabó casi antes de empezar, y se saldó con el abandono del estudio radiofónico de los candidatos de la izquierda, que se negaron a debatir con la señora Monasterio. Quedó el candidato de Cs predicando en el desierto, como si ellos no hubieran sido partícipes de la presencia de Vox en los pactos para el gobierno de Madrid y otras comunidades y ayuntamientos
Políticos y voceros de la izquierda se han apresurado a aplaudir el abandono del debate de Iglesias, Gabilondo y García, el supuesto bloque de izquierdas, y suena el sonsonete de que no habrá más debates con Vox en esta campaña. El PP quedó fuera de entrada, porque la señora Ayuso no asistió al Debate de la SER.
Pilares esenciales de la democracia y la convivencia son el diálogo y el debate, que son los instrumentos para confrontar programas frente al electorado. Si no hay, asistiremos a una cadena de monólogos en los que no se hablará de proyectos, sino que seguirán dando giros a la noria de la incapacidad para hacer una verdadera convivencia democrática. En democracia no se trata de vencer, sino de convencer (que diría Unamuno), y eso reduce esta semana antes del día 4 a declaraciones de principios rimbombantes, cuando no del uso de las descalificaciones del adversario. Eso no es democracia, es frentismo.
Se dirá que solo son unas elecciones autonómicas, pero ha de entenderse que Madrid es la gran caja de resonancia de la política estatal, y lo que allí ocurra o se diga reverbera hasta en el último rincón de España. Es obvio que soy contrario a que se hurten los debates al electorado, porque son los argumentos que sopesarán a la hora de escoger sus votos. Otra cosa es que esos debates sean monólogos consecutivos, cuando no un candidato hablando encima del otro como si fuera un gallinero. Ya lo vimos en el debate de Telemadrid, en el que solo faltó que algunos candidatos corearan “chincha rebincha”, mientras no estaba en posesión de la palabra.
Es decir, con el frentismo no vamos a ninguna parte, porque los discursos solo van a degradar al adversario. Hay que hacer propuestas, y debatirlas, y si alguna fuerza política insulta o descalifica se le cierra el micro, porque la gente tiene derecho a saber qué vota. En la actual situación, no se razona, solo se alimentan las pasiones, y gran parte del voto será emocional y cabreado, sin más argumento que los disparates que ha escuchado. Una democracia se basa en el diálogo y los acuerdos, y en el respeto a las mayorías que de ello resulten. La democracia no es patrimonio de ninguna fuerza política, es algo que está por encima de ellas y tiene un significado unívoco que se sostiene en la palabra (de ahí el término Parlamento). Así que es necesario el debate, pero de conceptos no de sentimientos.
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