Parece que la sociedad ha asumido que quienes mueren por covid han de ser despachados con diligencia. De alguna manera, en el inconsciente colectivo está la idea de que el covid es algo que sucede pero que le es ajeno. Solo perciben la terrible soledad de estos enfermos cuando se acerca a su familia, y entonces se da cuenta de que hemos automatizado la muerte, como en los telediarios, cuando dan por buenas las cifras de muertos que son más que si se cayera un avión grande cada día.
Es especialmente triste el final de quienes están en residencias o en establecimientos hopitalarios privados, donde no es posible acompañar al enfermo. Si bien hay que dar todos los parabienes y agradecimientos a los sanitarios que se dejan la piel, también es cierto que a menudo se dan hechos que habría que revisar. Porque es muy triste que un miércoles digan a los hijos por teléfono que el anciano o la anciana está bien, y el jueves a primera hora llamen con urgencia para decir que ha muerto, y que hay que hacer los trámites del entierro con rapidez.
La persona que ha fallecido no estaba en ninguna residencia, simplemente era nonagenaria y vivía en su casa, pero enfermó, y nunca fueron claros con la información. De esa manera, esa persona, que siempre tuvo muy en cuenta los ritos de despedida, fue enterrada con la sola y urgente compañía de sus hijos, que ni siquiera pudieron velarla. Pasan cosas muy raras y es muy triste que, a quien ha vivido siempre teniendo en cuenta a los demás, se le despache como si fuese un paquete.
Son muy malos tiempos para morirse, pero al menos habría que observar el respeto que un hecho como la despedida merece. Hoy me lo han contado y luego he sabido que estas circunstancias alrededor del covid no son tan raras, que están pasando con demasiada frecuencia. Es inhumano convertirse en un paquete que viaja en ese avión que se cae a diario y que es solo un número en un periódico. Duele e indigna la desvergüenza de quienes hace política interesada con los muertos, como si no fueran seres humanos que merecen todos los respetos. Qué tristeza.
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