Tomar café con miedo
Hace unos días, me dispuse a afeitarme, pero se me habían terminado las hojillas y tuve que ir a comprar, algo que se ha vuelto épico cuando siempre fue una banalidad. En el recorrido entre el supermercado y nuestro edificio, me encontré en la calle con un vecino. Me comentó que tiene la esperanza de que las vacunas avancen y poco a poco volvamos a la vida normal. Es un hombre afable, que tiene muchos amigos, pero me comentaba que cuando se tomaba un café con alguno de ellos siempre estaba el miedo al fondo.
Llegamos al zaguán y tuvimos que subir de uno en uno en el ascensor, y me comentaba otra vez que cada acto que hacemos tiene que ser estricto, y el miedo consiste en que somos humanos y en cualquier momento podemos fallar. De esta manera, vives en tensión y te sientes inseguro hasta durmiendo. Para tal aventura, me había puesto la ropa, las zapatillas deportivas y me lavé las manos. Puse en mi bolsillo el bote de gel hidroalcohólico y varias servilletas de papel, que uso para abrir el ascensor, pulsar sus botones y tirar del llamador de la puerta de la calle. Y a la vuelta igual.
Después de dejar a mi vecino, pulsé el botón de llamada del ascensor y lo abrí con el papel salvador de por medio. Apreté el número de mi planta y arriba la misma parafernalia: abrir la cerradura de casa, limpiar las llaves, quitarme las zapatillas junto a la puerta, poner en las suelas el spray desinfectante y luego hacia el baño, a lavarme las manos a conciencia, quitarme la mascarilla con cuidado y ponerla en el sitio adecuado. Saqué del bolsillo el paquete de hojillas de afeitar y limpié la bolsa en que vienen envueltas con alcohol de 70º. Ah, y la ropa: colgarla debidamente y darle un pase de desinfectante o de alcohol. Me pongo el chándal y, por fin, puedo afeitarme.
Esta suma de pequeños detalles hacen que algo tan habitual como ir a comprar unas hojillas de afeitar se convierta en la expedición de Magallanes. Y así todo el día, porque si detallamos el regreso del supermercado y la colocación de una compra mediana se necesitarían dos tomos para contarlo. Echo de menos los días en los que estábamos haciendo un guiso y de repente nos percatábamos de que le faltaba un ingrediente importante. Con la misma ropa de casa, te acercabas al super de la esquina y te hacías con el pimento, la lata de guisantes o lo que fuera. En 5 minutos estaba el asunto resuelto, pero ahora cuesta mucho tiempo y mucha atención.
Por eso me decía mi vecino que la pandemia, aparte del peligro real que supone la posibilidad de contagio, nos ha inducido conductas que, hace un año, habríamos considerado cosa de maniáticos, y ahora son nuestras habituales formas de comportarnos. De todo lo que me dijo el vecino, lo que más me impresionó es que sentía miedo cuando tomaba un café en la calle con un amigo. Y eso es tremendo, la vitola que mide la tensión que nos atenaza continuamente.