Alcanzar una edad tan avabzada es siempre una bendición. Mi padre cumple hoy 95 años y sigue ahí con todas las velas al viento y controlando el timón. Así, sí que merita una vida tan larga, en un recorrido en el que los amigos hacen sombra y muchas generaciones exhiben respeto y afecto cuando se acerca «Antoñito», al que otros llaman «González», que siempre tiene un salida humorística para cualquier situación.
Cuando nació, allá por 1926, empezó a llover sin parar durante siete días con sus noches. Era tanta el agua que no se podía entrar ni salir. Una lluvia que no paraba, como las que cuenta García Márquez en Macondo. Durante mucho tiempo, lo llamaron «Antonio el del temporal», y él siempre se lo ha tomado a coña. Es el sentido del humor probablemente uno de sus secretos biológicos y sociales, porque, siempre que lo nombras en ausencia, aparecen sonrisas de complicidad. Porque sabe separar el humor de la seriedad y en ese sentido es de una sola pieza. Hoy está cumpliendo años y cuando le dije «González (yo lo llamo así), ya 95» él me contestó, «mi trabajo me ha costado». Y es que vivir es laborioso.
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