Las personas mayores que están alojadas en establecimientos fuera de su hogar habitual son -o debieran ser- motivo de preocupación primordial en estos tiempos tan complicados. Ya era en parte una asignatura pendiente antes de la pandemia, porque las plazas en residencias públicas son escasas y en las privadas suelen ser prohibitivas por el precio. A eso hay que añadir la enorme cantidad de personas mayores que viven solas, y no siempre llegan a ellas los servicios sociales de las instituciones públicas, pues para ello hay que recorrer un laberinto burocrático de solicitudes, valoraciones y aprobaciones en su caso, que dilata en el tiempo cualquier tipo de ayuda.
Muchos dirán, con la mente de otros tiempos, que son cosa de la familia, y más concretamente de las mujeres, que han sido siempre quienes han cargado con el cuidado de sus mayores. Pero hoy el mundo es distinto, las casas son pequeñas y en muchos casos no existe la posibilidad física de atenderlos. Por eso es importantísimo prestar atención y hacer políticas dirigidas al cuidado de las personas mayores.
Las entidades públicas presentan servicios en los que la salud y la relación se tienen muy en cuenta, pero el problema es que hay pocas plazas, y a veces, cuando se consigue una, es una localidad que dificulta las visitas por la distancia. Las privadas, en general han optado por el modelo hotel, en el que se da cama y comida y el resto de los servicios corre a cargo de la persona internada, sanidad incluida. Todo va bien mientras haya salud y dinero, y este no suele abundar, mientras que la salud a determinadas edades es un azar.
Luego están los servicios que no son una cosa ni la otra, y así vemos determinadas entidades sanitarias que alojan a personas mayores, siempre en la cama, sin que haya otra actividad, salvo el rato que aleatoriamente pueda tocar al interno sentarse en la silla. Y da mucha tristeza ver cómo, especialmente estas personas, se consumen en soledad, porque no es culpa del personal sanitario, sino de su falta.
Con la pandemia, algunas residencias se han visto contagiadas masivamente, y como su estructura suele ser el de una pensión, poco puede hacerse en cuanto a aislamientos y cuarentenas. Es aterrador el porcentaje de fallecidos por Covid entre este los mayores, y a veces no se entiende muy bien por qué. Este es un sector de la población muy sensible en todos lo sentidos, y es injusto que se lleve la peor parte, en un mundo que ellos han contribuido a mantener.
Por último, y por enésima vez, duele escuchar continuamente que ha fallecido por el Covid una persona mayor, pero que tenía patologías previas. Parece que se justifica, que en realidad es inevitable y que no es una pérdida como cualquier otra. No es así, patologías previas hay en la mayoría de las personas de cualquier edad. Si se hicieran chequeos exhaustivos de toda la población, aparecería dolencias a mansalva, pero estas, siendo peligrosas y con riesgo de letalidad, no son tan visibles como la diabetes, cardiopatías, problemas diversos, que se conocen. Creo que en muchos aspectos estamos faltando al respeto a las personas mayores.
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