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Apoyo material y moral al profesorado

 

La Educación ha sido durante décadas la pelota que se lanzaban los dos partidos mayoritarios, con cambios cada vez que había relevo en el poder. La democracia española surgida de la Constitución de 1978 siempre fue medrosa, y la tónica fue la de imponer criterios educativos con la obsesión de tener de su parte a las familias, de un lado o de otro, porque se suponía que la escuela era una delegación de la sociedad para educar a las nuevas generaciones. Las veces que se contó con el profesorado para cualquier cambio fue a título de curiosidad, porque las cosas venían de arriba abajo, programas, proyectos y líneas educativas diseñadas por eminentes cátedras universitarias que poco sabían del día a día de lo que es un colegio, de cómo hay que integrarse en la vida de los barrios donde se ubican y de las características sociales de cada lugar.

A medida que se gritaba que las familias tenían mucho que decir, se iba quitando autoridad moral al profesorado, y de esa manera los profesionales se han visto inermes para afrontar los problemas, porque la democracia es una cosa y la democratitis otra. He visto cómo, por asuntos personales, se echaban abajo en un Consejo Escolar proyectos pedagógico muy necesarios, surgidos desde los docentes, y esos vetos se daban con votos de los representantes de las familias, que podrían ser eminencias en lo suyo pero que poco sabían de los comportamientos y las necesidades de un aula.

Hubo una época en la que en los centros educativos todas las voces tenían más peso que las de los docentes, que son la fuerza motriz de cualquier proyecto educativo, vaya en la dirección que vaya. No se trata de que el profesorado tenga siempre la última palabra, pero alguna vez tendría que haber sido escuchado. Se ha confundido autoridad con autoritarismo, y cuando a la docencia se le ha querido dotar del peso que debe tener han saltado voces hablando de escuela autoritaria. Ese ha sido el error, y ahora hasta los humoristas hacen chistes sobre la enseñanza. El resultado es que la voz docente ha dejado de ser oída y respetada. Todo el mundo cree saber sobre educación, y el liderazgo de la escuela, como en cualquier otra actividad humana, debiera estar en manos de los profesionales que la materializan cada día.

Ahora estamos en una situación muy especial. No solo hay problemas educativos sino que la asistencia presencial a las aulas es todo un desafío que el profesorado trata de sacar adelante con la mejor voluntad. Pero no olvidemos que los docentes no son epidemiólogos, y que tienen que liderar grupos con los mismos conocimientos que cualquier ciudadano, que ya verán qué pronto se vuelven críticas en cuanto aparezca algún contratiempo, cuando han tenido que ingeniárselas casi por su cuenta en un reto de esta envergadura.

En los niveles de Infantil y Primaria, el mayor aliado del profesorado es el alumnado, que suele ser muy disciplinado y es capaz de seguir las instrucciones al pie de la letra. Entiendo la preocupación de los padres, pero en todo este debate siempre se habla de contagio del alumnado, de grupos burbuja o de medidas para guardar la distancia, pero poco se dice del profesorado, que también son seres humanos que ahora mismo están sometidos a una presión añadida a la normal de sacar a delante un proyecto educativo. Lo mismo que los sanitarios son la fuerza de choque en la Sanidad, el profesorado lo es en la Educación.

Soy un optimista y tengo la convicción de que en las escuelas las cosas van a ir mejor de lo que muchos temen. Y habrá aplausos y parabienes, pero no olvidemos que el peso de este desafío está en las espaldas de profesorado, que necesita más que nunca apoyo moral de las instituciones y de la sociedad en general. También habrá quienes pongan el grito en el cielo cuando haya algunos contagios o clases en cuarentena, hecho que sin duda ocurrirá porque estadísticamente nada es el cien por cien. En todo caso, el profesorado es digno de reconocimiento y apoyo siempre, pero más en tiempos de pandemia. Y sobre todo, respeto a su complicada labor.

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