¿Qué pasará con los afectos?

 

Viendo cómo van las cosas, miramos al futuro y resulta agobiante pensar en el recorrido que nos espera. Si para realizar cualquier gestión hay que hacer cola, cuando no usar cita previa, me imagino cómo será la etapa en la que, por fin, llegue la vacuna y haya que administrarla a millones de personas. En el mejor de los casos, quedan meses en los que la sociedad será puesta a prueba, y espero que ya se acaben las vacaciones del gobierno central y se ponga un poco de orden en el liderazgo de este momento de la historia. Todo el mundo tiene que hacer su parte, pero debe haber un orden y que la gente lo note para adquirir confianza. Pero justamente eso nos está faltando.

 

Con la llegada del curso escolar sale a colación un hecho obvio: el ser humano es eminentemente social, y las clases presenciales son necesarias porque los más pequeños y quienes van entrando en la adolescencia tienen en la socialización un factor determinante de aprendizaje. Y esto ocurre en todos los niveles de relación, sean amicales, familiares e incluso profesionales. Te encuentras a una persona con la que sueles tener una relación fluida, y el saludo es con los ojos, detrás de las mascarillas, unas palabras rápidas, casi siempre para interesarnos por la salud de las familias, y a otra cosa. Ya casi no hay lugar para conversaciones, a menudo insustanciales, pero que son las que cimentan los afectos.

 

Luego está el teléfono y la videollamada, el Skype, etc… Pero no es lo mismo. Es una nueva situación que los adultos asumimos y entendemos, aunque no sé cómo vamos a salir afectivamente de este período, porque ahora nos damos cuenta la importancia que tenían esos cafés, esas palabras directas, ese contacto con otras personas. La Humanidad ha pasado por momentos muy duros que han durado años, y siempre nos dicen que los superamos como especie, pero nunca se sale de la misma manera que se entra. Pero sé que en su momento volveremos a relacionarnos, a normalizar los afectos y a adquirir otros nuevos.

 

Lo que de verdad me preocupa es la más tierna infancia. Hay una niña, hija de una sobrina, que apenas rebasa el año de vida. Se llama Valentina y es una preciosidad, además de inteligente e intuitiva. Antes de la pandemia, cuando la niña tenía meses, la veía con frecuencia, y los bebés establecen vínculos curiosos. Eso me ocurrió con ella, pero llegó el Estado de Alarma y las normas de prevención, y solo hemos visto a la niña por videollamada. Bueno, quiero decir que nos ha visto, porque de ella nos han llegado innumerables vídeos y fotos que nos envía su madre. Hace unos días nos citamos en el Parque Doramas, con nuestras mascarillas y marcando las distancias. Valentina estaba en brazos de su madre, y al verme extendió los suyos para que la cogiera. Imposible cumplir sus deseos, no somos convivientes y hay que evitar riesgos innecesarios. Como suele decirse, se me cayó el alma a los pies, la razón me impedía tomarla en brazos como unos meses atrás, para que se pusiera a tocarme la cara y a jugar con mis gafas.

 

Lo razono y lo asumo, pero me pregunto qué pasó por su cabecita, si se sintió rechazada, si no hacer lo que sin duda recordaba que era habitual en mi comportamiento le dejó alguna mella negativa. Porque esto que le ha pasado conmigo también le pasará con otras personas, y ya sabemos que en estas primeras edades los niños van moldeando su manera de relacionarse con el mundo. Por eso tengo todos los días los dedos cruzados para que en el menor tiempo posible los afectos puedan ser expresados con normalidad. Como no soy un profesional de la psicología, no estoy en condiciones de evaluar científicamente estos factores, pero sí puedo decir que el mundo de los afectos tal vez cambie con todo eso. Y a saber si van a gustarnos los cambios.

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