Cuando los españoles salen al extranjero, sea como emigrantes hambrientos a hacer las Américas, o como profesionales que trabajan en otro país, destacan siempre por su preparación, su capacidad de trabajo y su iniciativa. Muchas son las historias que conocemos de emigrantes que destacaron en distintos lugares y épocas, los hospitales y las empresas de muchos países, algunos potencias de primer orden, se rifan a nuestros profesionales de la sanidad, la ingeniería o cualquier otra actividad especializada. Aunque por desgracia las inversiones en investigación rozan el ridículo comparadas con nuestro entorno, vemos una y otra vez cómo aparecen españoles y españolas en equipos que realizan trabajos muy importantes en países donde se apoyan estas investigaciones, e incluso, con los escasos medios que tenemos es frecuente que se alcancen logros importantísimos. El paradigma es Ramón y Cajal.
España está a la cabeza mundial en transplantes y donaciones de órganos, lo que supone que entre el 6 y el 7 por ciento de operaciones de este tipo tienen lugar en nuestro país. Destaca también por el número de personas que se hacen donantes y por la generosidad de los familiares cuando se trata de órganos de personas recién fallecidas. Vemos cómo hay mujeres y hombres con pasaporte español realizando actividades pioneras o de gran nivel en Estados Unidos, la Unión Europea o Japón, sea en el campo de la ciencia, de las ingenierías, las artes plásticas, el cine, la arquitectura, la moda y otros campos, mientras en España casi nada de esto se valora, y al final tenemos que comprar fuera lo que nuestra gente ha ayudado a crear. La cocina española ha dado un salto en las últimas décadas, y su calidad está ampliamente reconocida, lo mismo que la ópera, la música clásica o el diseño industrial. Es decir, talento hay por arrobas, pero casi siempre tiene que irse fuera.
Si hablamos de deporte, la mayor parte de los países tiene que ponerse de pie. Valoramos que la selección masculina de fútbol haya ganado desde 2008 dos Eurocopas y un Mundial, pero es que España también está en la élite del baloncesto, el balonmano, las selecciones femeninas disputan los primeros puestos europeos y mundiales en distintas modalidades, deportes acuáticos, patinaje… A veces da vergüenza escuchar cómo campeonas olímpicas de natación o atletismo tienen dificultades para seguir adelante. Y así y todo consiguen medallas. Podríamos seguir enumerando cualidades y virtudes de nuestra gente, que se manifiestan también colectivamente. Hemos visto la generosidad para ayudar en momentos complicados, la misma solidaridad en las recientes trombas de agua y granizo. Como sociedad nos movemos a una sola voz en los momentos difíciles, y siempre hay individualidades que destacan y alumbran el camino.
¿Por qué entonces España no está en el pelotón de cabeza de los grandes países del mundo? ¿Por qué sigue pesando la idea tan reaccionaria “que inventen ellos”, que enfrentó duramente a Unamuno y Ortega y Gasset? ¿Por qué seguimos anclados en tiempos anteriores al regeneracionismo de Giner de los Ríos, Galdós y Joaquín Costa? Este último pedía “despensa, escuela y siete llaves al sepulcro del Cid”. Pues hay quien se empeña en que el de Vivar siga cabalgando después de muerto. Si tenemos a gigantes como el doctor Mariano Barbacid, Rafa Nadal, Mireya Belmonte, a medio elenco de las primeras figuras de la ópera, a un pueblo solidario y generoso que trabaja más horas que nadie en la Unión Europea; si la gente de España es creativa, laboriosa y alegre, se une contra la adversidad y es desprendida, ¿por qué cuando desaparece el motivo solidario siempre hay alguien que arma bronca, creando dos bandos irreconciliables que ahogan la alegría y alimentan el odio?
Cuando uno ve los valores positivos que se desperdician en España, da mucha tristeza, porque todo ese potencial bien organizado nos haría llegar muy lejos, pero llevamos más de dos siglos paralizados por lo que antaño llamaban caciquismo y que ahora toma formas actualizadas, pero funciona igual. A decir verdad, algunos elementos de ese caciquismo contemporáneo sigue vistiendo los mismos hábitos. Si no es eso, no hay una explicación humana para que sigamos empantanados y sembrando odio. Nuestros políticos debieran saber que han sido elegidos por un pueblo optimista, trabajador, creativo y generoso, y es a él a quien se deben. Con una torpeza y una marrullería que no son reflejo del pueblo alegre y solidario que representan, hacen el juego a quienes les interesa que sigamos en el siglo XIX. Son los mismos perros con los mismos collares.
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