El ensayista estadounidense afincado en Francia Thomas Chatterton Williams es hijo de un hombre negro (se niega a decir afroamericano) y una mujer blanca, está casado con una francesa blanca y tienen hijos que no se atreve a calificar de mulatos, mestizos o cuarterones, como se les habría llamado en la nomenclatura tradicional. Pone por lo tanto en solfa las categorías raciales, tal y como hasta hoy se han entendido, y por las mismas razones se posiciona como voz de la libertad de expresión absoluta en cuanto a las otras diferencias (sexo, religión, cultura, procedencia…), que suelen llamar minorías cuando a veces lo son y otras no, como es el caso de las mujeres, que suelen ser una población equilibrada por aproximación con la masculina, cuando no son directamente mayoría.
Pues Chatterton ha sido el artífice de una carta en la que se reclama la absoluta libertad de expresión y crítica, opiniones y argumentaciones de cualquier persona, especialmente de lo que vulgarmente se conoce como mundo intelectual. La idea de que todos tienen que ir por el mismo camino es secular en las derechas conservadoras; ahora, la novedad es que las corrientes supuestamente de izquierdas están cayendo en ese mismo totalitarismo, y una sola palabra, incluso fuera de contexto, hace caer sobre cualquiera rayos y truenos, y así vemos cómo nombres siempre respetados en su diferencia son acusados de fachas, machistas o cosas peores, simplemente por tratar de argumentar matices de una idea general que suelen compartir. Pero todo ha de ser de una manera y solo de una manera.
La carta puesta en circulación por este ensayista ha sido respaldada por centenares de firmas, de personas tan prestigiosas como Noam Chomsky o Margaret Atwood, muy poco dudosas de ser racistas, ultraconservadoras o intolerantes. El propio Chatterton rechaza que los firmantes sean personas atemorizadas y resistentes al cambio. Ha dicho: “es gente preocupada por el clima de intolerancia, que cree que la justicia y la libertad están unidos indisolublemente. La gente asustada no firmó”. De hecho, algunos firmantes retiraron su apoyo cuando vieron la furia con la que fueron linchados en las redes sociales, tratándolos de traidores, y al fondo siempre la gran acusación: fascista. Resulta que es fascista quien que se separa un milímetro del pensamiento de un grupo o incluso una persona, o argumenta algo que no les suena paralelo a la idea imperante. Es decir, los pájaros contra las escopetas.
Tengo matices de opinión distintos a muchas voces e incluso ideas opuestas por el vértice, pero siempre que sean argumentos y no insultos creo que tienen derecho a manifestarse, y yo a rebatir esas ideas. Es el toma y daca del pensamiento desde los clásicos. Se atribuye a Voltaire la frase “estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”, aunque en realidad eso nunca lo dijo el filósofo francés, ya que se trata de una expresión de su estudiosa y biógrafa, la ensayista británica Evelyn Beatrice Hall, que, ya en el siglo XX publicó el libro Los amigos de Voltaire, y al poner esta frase en boca del francés quería dar a entender el inalienable derecho de expresar el propio pensamiento y de rebatir al adversario intelectual que siempre fue bandera de uno de los fundadores de la modernidad en la que hemos vivido durante más de dos siglos y que nos ha hecho avanzar en la democracia, el respeto y la justicia.
Por ello, en tiempos en que se descalifica sin argumentos y se insulta a quien simplemente no nos cae bien, es muy importante rescatar la libertad de pensamiento y debate, desde la derecha y desde la izquierda, porque constreñirlo todo a una opinión única (que a veces los es tanto que pertenece a una sola persona que incluso puede hablar por impulsos y no por reflexión) es como detener la máquina del pensamiento social. Desde la izquierda hay que ser más reflexivo y activista en la búsqueda del debate y el aislamiento del insulto, porque la derecha ultraconservadora tiene desde hace siglos el mismo discurso, y estamos cayendo en sus mismos vicios totalitaristas. No es clasismo si digo que no puede tener el mismo peso la opinión de alguien espontáneo que salta con una descalificación sin argumentos que un discurso elaborado; si no estamos de acuerdo, tenemos el derecho y a veces el deber de rebatir sus razonamientos, no a la persona. Esta carta impulsada por Thomas Chatterton Williams es por lo tanto muy necesaria.
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