La cultura es el alma de los pueblos, y se manifiesta de distintas formas, desde la lectura recóndita de un poema hasta un espectáculo grandioso para miles de personas. Las maneras evolucionan con los tiempos, y nada tiene que ver una función de teatro o ballet ahora con las del siglo XIX, porque eran otros el ritmo de vida y la estructura social. Y eso nada tiene que ver con que el Hamlet de hace doscientos años fuese el mismo de ahora, es el modo en que llega a la gente.
Hay mucha diferencia en cómo vemos el cine a cómo le veíamos hace tan solo unas décadas, o la circulación de la música, los libros y el arte en general. Pero a todo hay que aprender, y ese aprendizaje va con los cambios paulatinos, pues antes se hacía cola en taquilla para sacar una entrada y ahora la compras por internet, y con los libros pasa lo mismo. Ha sido y sigue siendo un proceso que nunca termina porque todo es cambio. Lo que ha variado de golpe es el tiempo de implantación.
Con motivo de este episodio que vivimos y que ya no sé ni cómo llamar, de pronto la cultura ha tenido que valerse de soportes y medios que ya existían pero que se usaban de una forma moderada; siempre que era posible el cara a cara, se mantenía como el modo más extendido e importante de comunicación. No varía demasiado un debate presencial de otro por videoconferencia entre personalidades significadas. Pero eso funcionaba más bien entre especialistas e iniciados. Porque lo que llamamos el gran público accedía menos, salvo la música pop –que también es cultura- que se ha aliado hace tiempo con las nuevas tecnologías de las que son grandes conocedoras y consumidoras las generaciones más jóvenes.
Y ahora la cultura virtual ocupa un gran espacio, que es gigantesco comparado con solo hace dos meses. Ese calor cercano ha tenido que esperar mejor ocasión. Así, grandes hechos culturales que iban a ser importantes en sus ámbitos de implantación, han quedado reducidos a lo que puede hacerse a través de las redes, que es mucho. Seguramente el camino era ese, pero íbamos recorriéndolo a su paso, y ahora todo sucede de golpe. Así tendremos que celebrar el centenario de la muerte de Galdós (el domingo también hubo celebraciones en la red con motivo del 177 aniversario de su nacimiento), o los centenarios de Miguel Delibes, el poeta Pedro Lezcano o el pintor Antonio Padrón. Incluso, hechos más puntuales como el 80 aniversario del nacimiento del poeta Juan Jiménez (fallecido el año pasado), que será mañana, 13 de mayo, queda en el recordatorio y la lectura de algunos de sus poemas por voces amigas a través de la red.
Sabemos que ahora nos atenaza un gran problema sanitario que desemboca, además en otro económico. Hemos de salvar vidas y reconstruir la economía dando prioridad a la ciencia y los servicios públicos. Ante eso, la cultura parece cosa menor. Pero no lo es, porque si ya se dijo que es el alma de los pueblos, esa reconstrucción ha de ser también cultural, porque si no es así tendremos una sociedad sin alma, robotizada. Si queremos que ese mundo del futuro sea humano y merezca la pena ser vivido, habrá que contar con la cultura, con toda. Ese es otro desafío que tenemos que afrontar. Cuídense y cuiden de los demás, seamos responsables en las fases de desconfinamiento y así podremos pensar en el cuerpo y en el alma de ese mundo que nos viene ahora, que ya está aquí. Buena semana.
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