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TIEMPO LÍQUIDO.  Mi padre. (20/05/2020)

 

Esta tarde mi compañera y yo fuimos a ver a mi padre, que vive en otra parte de la ciudad con mi hermana. Nos vimos con todas las precauciones, porque es muy mayor y hay que tener mucho cuidado. Con todo lo que ha visto en su ya nonagenaria existencia, no sale de su asombro. Lo que nos pasa a todos, este es un escenario que nunca llegamos a imaginar. En los momentos más duros de la Guerra Fría, podíamos esperar un estallido nuclear o alguna hecatombe capaz de partir el planeta en dos, pero no algo tan sinuoso y laberíntico. Eso se lee en su mirada, y lo expresa continuamente cuando hablamos por teléfono. Me parece muy injusto que en su ancianidad tenga que vivir esta zozobra.

Fue importante verlo (y a mi hermana), y comprobar que el mar que siempre aparece como fondo del paisaje desde la azotea sigue allí, tan hermoso como siempre. Conducir por la ciudad también fue una sensación nueva, pero volver a hablar cara a cara con mi padre fue algo especial, como si hubieran pasado muchos años. Se mide el tiempo en nuestra cabeza de formas distintas según las circunstancias. Pero es esperanzador que pronto podamos hacer algunas cosas de las que hacíamos antes, aunque sea de manera distinta. Si dicen que la vida es cambio, vamos bien servidos. Es una forma positiva de verlo.

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TIEMPO LÍQUIDO.  Llenar las calles. (19/05/2020)

 

Ayer di por acabado mi Diario de cuarentena porque por su propia denominación ya no tenía sentido, sobre todo porque estamos en una desescalada que tratamos de que sea el principio del fin de todo esto. Escribir cada día, empujado por la presencia del vecindario asomado a la ventana e iluminado por la luz de una niña, Sofía, y un niño, Diego, se convirtió casi en un rito. Pero había que cambiar porque espero que este sea un tiempo nuevo, aunque es verdad que no tener la obligación autoimpuesta de escribir ese diario me deja un cierto vacío. Pero voy a llenarlo siguiendo aquí, contando mis impresiones a quien le interese y procurando poner ánimo y sentido común hasta donde mis fuerzas me valgan. Solo soy un ciudadano que a veces hace de escritor; es entonces cuando imagino otras realidades, pero ahora no quiero imaginar, pretendo aportar ese grano de arena para que esa realidad que deseamos sea posible.

Llamo a esta serie Tiempo líquido, porque nos movemos en la incertidumbre. Queremos un nuevo principio, y es este, porque si todos pensamos en los demás alcanzaremos nuestro propósito, que no es otro que vivir en paz, atando lazos de afecto y amistad. Nuestra sociedad ya existe, solo ha parado en seco, pero ya echa andar. Espero que sea con pasos cuidadosos. Hay que llenar las calles de personas y de cordura. A todos nos importa porque todos formamos parte de un mismo cuerpo social. Al menos, yo así me siento. Seguimos.

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Apuntes en la primera fase

 

Entrados ya en la secuencia progresiva de la desescalada, tengo la sensación de que la economía manda y es necesario seguir adelante para evitar el colapso.  Ahora resulta que los aviones pueden ir llenos, que los hoteles se pueden ocupar en determinadas condiciones y que incluso será posible que haya actos públicos con control de espacios, porcentajes de asistentes y siempre con el uso de mascarillas donde se determine y el frecuente lavado de manos. Luego escuchas que hay que tener muy reforzados los servicios sanitarios por si hay un rebrote. Y entonces es cuando entiendes por qué países como Suecia nunca llegaron a decretar confinamiento total, como se ha hecho en el resto de Europa. La crítica (y autocrítica) es que una población disciplinada no empeora los números, aunque aterra pensar que esas cifras pueden ser personas muy enfermas o incluso fallecimientos.

Y luego está el famoso debate sobre los comportamientos culturales, porque de lo escuchado en estos días se deduce que la gente latina es más dispersa y al mismo tiempo más expresiva en sus manifestaciones de contacto con los demás que los países del norte de Europa, y ya no digamos los países asiáticos. Yo creo que también es un problema de educación, en la que durante años se ha ido deteriorando la autoridad profesoral, y así no hay manera de tener clases controladas y automatizadas como ocurre, por ejemplo, en Finlandia, que siempre la ponen como paradigma de respeto al profesorado, aunque en eso nadie gana a Japón, lugar en el que el Emperador es el máximo símbolo y todos han de inclinarse ante él, pero curiosamente es el Emperador el que se inclina cuando saluda a un profesor o una profesora, porque es una sociedad que entiende el valor de la educación y de la figura de las personas que ejercen la docencia.

Hemos tenido que aprender a marchas forzadas que debemos ser más comedidos físicamente en nuestra comunicación física con los demás. No sé yo si la idiosincrasia de un pueblo se puede improvisar en unas pocas semanas, pero es evidente que tendremos que intentarlo. Y en este punto hay que mirar a los medios de comunicación, que si se lo propusieran podrían hacer una labor tremenda, lo que pasa es que dedican demasiadas horas a marear la perdiz y a veces a confundir. Y las comparaciones con otras culturas son siempre cuestionables, porque no se trata solo de costumbres, sino de potencial económico, de sistema político o de ambas cosas combinadas, porque en estos días, en China, por un rebrote pequeño están haciendo pruebas a los once millones de personas del territorio que abarca la alarma.

Por ello, es verdad que tendremos que aprender a convivir con una nueva situación, y debemos contar con nosotros mismos en primer lugar, pero también con que los demás asuman que cada uno de nosotros es un peligro potencial. El bajísimo grado de inmunidad de la población canaria (consecuencia también del éxito de las medidas que se han tomado) es un arma de dos filos, porque significa que la casi totalidad de la población está indefensa contra el virus, aunque más exacto sería decir que se trata de que entre todos debamos mantener a raya la enfermedad, pero es obvio que desde los poderes públicos han de arbitrarse las medidas indispensable para que esa “nueva normalidad” hacia la que vamos sea más segura.

Y termino estos apuntes en la primera fase valorando los aprendizajes. En el confinamiento al menos se ha tomado conciencia del sentimiento de vecindad, de coincidir desde las ventanas y balcones con personas que conocíamos “de vista” y que viven en nuestra propia calle. Ahora, no solo sabemos sus nombres, sino que se ha establecido un vínculo que nos hace más humanos, porque la solidaridad y el entendimiento empiezan en nuestro vecino más cercano. Ojalá las personas que  están hoy en la política y por lo tanto tienen la responsabilidad de coordinar la respuesta colectiva ante una situación muy compleja aprendan de la modesta y humana disposición de los vecinos de una calle que, al cruzar sus miradas, saben que todos navegamos en el mismo barco. La esperanza es lo último que se pierde.