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DIARIO DE CUARENTENA. Jornada 20: Sofía (03/04/2020).

 

Al final, la cuarentena ha hecho que se aplace la aventura del pan. Agradezco los consejos e indicaciones (he tomado nota), pero esperaré que me toque volver a reponer al supermercado de mi barrio, y hasta es posible que esas levaduras que me han recomendado estén allí a la venta. Si no, esperaremos. Ayer observé que por mi zona la gente aprovechó el buen sol que hizo a mediodía para salir a sus recados urgentes, y algunos que me parecieron no demasiado imprescindibles. Mientras tomaba esos rayos solares diarios en mi ventana pude ver que algunas personas iban muy despacio, solas, seguramente a comprar algo, pero sin prisas, para disfrutar la calle.

Me sorprendió, porque el día anterior, cuando salí al supermercado, me impresionó caminar por una calle completamente desierta, rodeado por un silencio que en algunos momentos me resultó sobrecogedor. Siempre me ha gustado la calle, pero el miércoles solo me sentí seguro cuando volví a casa. Temo que esta desconfianza de la calle nos encierre más, y si bien es cierto que hace unos días hablaba de lo importante que es viajar hacia adentro, ya Aristóteles dijo que somos sociables por naturaleza. Tenemos que mirar hacia nuestro interior, sí, pero para que exista una convivencia sana y fructífera es necesario el contraste con esos otros mundos especiales que son las demás personas. El resultado de esta dura experiencia no puede ser un repliegue temeroso sobre nosotros mismos.

Ayer por la tarde logramos enterarnos de que la niña que aplaude en la semioculta ventana de enfrente se llama Sofía. Al acabar los aplausos pudimos gritarle “¡hasta mañana, Sofía!”, y eso estrechó la conexión que desde el primer día se produjo. Sus padres, una pareja joven y sonriente, también están en el juego, y los acompaña otra niña que todavía es un bebé y simplemente mira sorprendida. Así que nuestra gran ilusión diaria es ahora comunicarnos con Sofía, que es como la gran metáfora de la vida. Seguimos. Buen día.

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DIARIO DE CUARENTENA. Jornada 19: Pan de arroz y maíz (02/04/2020).

 

Ayer me tocó repostar. La verdad es que el supermercado al que voy está muy bien organizado, se mantienen las distancias y cumplen todas las normas con rigor exquisito. Claro, todo eso lleva tiempo, pero lo más engorroso es el regreso. Hay que limpiar con desinfectante cada una de las  frutas, verduras, envases y botellas. Pero lo damos por bueno porque se trata de mantenerse fuera del radio de acción del virus. Las personas que trabajan en este sector también son dignas de aplauso, lo mismo que las que atienden trabajos de primera necesidad. Por ello quiero recordarlos aquí, aunque es obvio que el primer gran frente está en la Sanidad, pero hay muchas más personas que salen cada día de su casa porque su trabajo es imprescindible. Esto debería servirnos para entender que todos los trabajos son fundamentales y por lo tanto quienes los desempeñan merecen un gran respeto.

No sé por qué, el aplauso de ayer por la tarde duró mucho en mi calle. Era como si las personas que se asomaban para exteriorizar su agradecimiento no quisieran volver al interior de sus casas. Entre aplauso y aplauso saludaban, se preguntaban a gritos como en una corrala de zarzuela, y se esmeraron en exhibir la mejor de sus sonrisas. Estamos teniendo problemas para ver a la niña de la ventana de enfrente. Estaban pintando su edificio, y al detenerse la actividad por las nuevas normas, uno de los andamios quedó en una posición que interrumpe la línea visual entre su ventana y la nuestra. Pero hacemos el esfuerzo de mirar por debajo y la niña se agacha para vernos,  aunque solo podemos vislumbrar su mirada y la manita que se mueve saludando. Pero seguimos conectados.

Y como cada día, parte de la mañana la utilizamos para dar algo de novedad a las comidas, que son muy limitadas por determinadas intolerancias alimenticias. Estamos tratando de hacer pan sin gluten en una panificadora eléctrica que nos dejaron nuestros hijos; siempre nos da pereza, pero alguna vez habrá que hacerlo, a ver qué tal queda. No todo va a ser leer a Schopenhauer y escuchar a Shostakóvich;  siempre es una aventura estimulante hacer pan de arroz y maíz. Pero no prometo nada. Buen día.

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DIARIO DE CUARENTENA. Jornada 18: El motor de la esperanza. (01/04/2020).

Supongo, que a estas alturas del encierro, estamos cansados de casi todo, y nos mantiene en pie la esperanza, esa fuerza oculta que, como cuenta mi amiga Guadalupe Martín Santana, fue lo único que quedó en el fondo de la mítica caja de todos los males cuando fue abierta por Pandora. Para hacer más llevaderos estos días, se hacen muchas cosas solidarias a través de la red; los timplistas tocan folías, hay quien nos muestra cómo cocinar una receta y algunos de mis amigos escritores cuentan sus propios relatos; yo también pensaba hacerlo, pero las condiciones de mi voz no son las mejores en estos momentos, debido a mi afonía crónica, y sufrirían viendo el esfuerzo que tengo que hacer. Es por temporadas, y si mejoro en unos días les aseguro que también les contaré algunas historias, por si pudieran ser de su interés. Por ello, para mantener intacta y en el fondo de la caja esa esperanza tan necesaria, es por lo que cada día escribo estas notas que tal vez sirvan al menos para mantener agarrado el hilo de Ariadna que nos devuelva a la salida del laberinto.

Hasta ahora, cuándo mirábamos hacia atrás, todos pensamos que nuestra vida había sido de una manera o de otra, pero sabemos que el cerebro tiene mecanismos para convertir el recuerdo de momentos muy duros en memoria falsa que puede incluso arrancar una sonrisa. En estos momentos, cualquier día del pasado nos parece una maravilla, porque los enemigos que nos acechaban eran visibles y reales, no esa bruma transparente que hace que miremos hacia la calle como si viviéramos el día después de un desastre nuclear. Ayer hablé con varios amigos con los que suelo tomar un café y charlar de cosas que nos parecían importantes y que no lo eran; pero sí era importante compartir un espacio, un saludo, un abrazo. También hemos leído y oído mucho que esto nos enseñará a valorar lo que antes no solo no nos parecía importante, sino que incluso tachábamos de aburrido y monótono. Bendita monotonía compartida.

Antonio Machado escribió: “Dice la esperanza: Un día / la verás, si bien esperas”. Esperaremos y llegará el día en que veamos otra vez la vida. Y, sí, es posible que entonces valoremos lo hermosa que es la convivencia, aunque luego, por esa memoria que juega a favor pero también suele jugar en contra, vayamos olvidando que la vida, por muy complicada que sea, es hermosa, y que siempre tendríamos que estar dándole las gracias, como hizo la gran Violeta Parra hace medio siglo. Pues subámonos a la esperanza, que es uno de los motores del mundo. Pero ya saben, seamos estrictos para defender eso que tanto amamos. Buen día.