DIARIO DE CUARENTENA. Jornada 21: El derecho a la vida (04/04/2020).
Hoy es un día raro para mí, porque se cumplen 20 años de la partida de mi madre. Si viviera, sería nonagenaria, como felizmente lo es mi padre. Vinieron de un tiempo muy duro, y me indigna ver como hay quien considera que las personas mayores sobran. Eso es terrible. La vejez ha sido durante toda la historia humana motivo de respeto. Las sociedades primitivas solían basar su funcionamiento en un liderazgo fuerte que escuchaba los consejos de los mayores. La ancianidad es un cofre de experiencia, y ya dice el refranero que más sabe el diablo por viejo que por diablo. En todo caso, el respeto a las personas mayores siempre ha sido una constante en la mayor parte de las civilizaciones, entre ellas la nuestra, que tiene unas raíces judeocristianas muy características. Y siempre ha sido así, hasta que hemos llegado a los tiempos posteriores a la Revolución Industrial. Esto lo trató muy bien Simone de Beauvoir en un libro de 1970 que se titula precisamente La vejez, aunque la autora, con la profundidad propia del calado de su trayectoria, va más allá y acomete otros aspectos.
Sabemos que las sociedades modernas han ido perdiendo ese respeto secular a la vejez, pero nunca habíamos oído hablar tan a la ligera sobre la preferencia de atención médica a los más jóvenes. Desconozco los protocolos sanitarios en emergencias en las que el número de pacientes sobrepasa la capacidad de los servicios médicos. Pero sé que, mediando tantos siglos de civilización y un juramento hipocrático, tendrá mucho que ver con el humanitarismo y poco con el desprecio a la vejez, asunto en el que se han retratado ciertos dirigentes europeos y algún que otro más cercano.
Y es muy triste. Molesta esa repetición constante en los medios que parecen disculpar las muertes en esta pandemia porque en un alto porcentaje son de personas mayores de 70 años. La vida es un ciclo, y es lógico que, en cualquier circunstancia, las personas de más edad mueran en mayor número que las más jóvenes. Esta crisis no iba a ser una excepción, pero si ya la naturaleza hace su trabajo, nadie tiene el poder de decidir sobre quién debe vivir o morir. Y precisamente hablamos de hornadas de mujeres y hombres que han construido con su esfuerzo ese mundo en el que tan cómodos nos sentíamos. Esta sociedad no se levantó sola, lo hicieron estas generaciones, y en condiciones a menudo muy complicadas. Las personas mayores se han ganado el respeto y el cuidado, porque nadie puede saber cuánto tiempo de vida le queda a una persona; también por una cuestión ética: cada cual tiene derecho a vivir el tiempo que le ha marcado la biología. Y ese es un derecho inalienable.
Pensemos en hoy, que sigue siendo un regalo como cada día. Parece que la luz empieza a abrirse paso. Buen día.