Hoy me he puesto a pensar por qué España es el único país del mundo en el que siempre se buscan culpables de todo lo que sucede. Llama la atención; en la mayor parte de los estados afectados, la pandemia se habla y se discute pero no se culpabiliza. Tal vez se tenga grabada a fuego esa idea de culpabilidad sobre cualquier cosa, y siempre la culpa es del otro, aunque sea un enemigo exterior o una catástrofe natural. Es un sentimiento secular que puede provenir del pensamiento de que todo lo que ocurre es un castigo divino provocado por los actos humanos, como el Diluvio Universal o las plagas de Egipto. Y esto ocurre siempre y solo en España porque, en otros países, cuando se habla de culpabilidad, siempre es un estado extranjero.
Hoy nos hemos cambiado de ventana, porque nos dimos cuenta de que la del dormitorio (hasta ahora nos asomábamos por el salón) está mejor situada con respecto a la visión de Sofía. El edificio de enfrente estaba en reforma exterior, rodeado de andamios, y la primera semana de confinamiento trabajaron varios días, pero hacia el jueves dejaron de hacerlo. Pensábamos que con la reanudación de las actividades no esenciales tal vez volverían, y así cabría la posibilidad de que desapareciera el andamio que nos dificulta la visión de Sofía. Pero no han venido, y la fachada sigue igual.
Hoy Sofía salió con su maraca, y bailaba con su madre. Se la veía sorprendida porque aparecíamos por un lugar distinto al que ella estaba acostumbrada a vernos. Los niños son de ideas fijas, pero también tienen una enorme capacidad de adaptación, por lo que creo que pronto se acostumbrará a vernos en la nueva ventana. Y me imagino también a Marta, con su muñeca de trapo, asomada al mar de Santa Cruz de La Palma. Paradójicamente, la inocencia es la luz más clara que vemos en estos días tan difusos, y con ese candor parecen gritarnos ¡Viva la vida! Buen día.
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