Hoy es Viernes Santo, y recuerdo que mi abuela materna siempre juntaba al nombre del día la expresión Luna Llena, y a mí me parecía milagroso que cada Viernes Santo la Luna luciera en todo su esplendor. No sabía entonces que eso ocurre precisamente porque la Semana Santa se rige por el calendario lunar. Rebuscando, supe que, en el Concilio de Nicea (año 325), se acordó que el Domingo de Pascua de Resurrección sería siempre el siguiente a la primera Luna Llena después del equinoccio de primavera (21 de marzo). Por eso la Semana Santa tiene fecha variable, que a su vez determina los carnavales anteriores. Y mi abuela siempre relacionaba el Viernes Santo con la Luna Llena, aunque esta puede ser cualquier día de la semana, como este año, que fue el miércoles.
Para seguir con la tradición grancanaria, hoy comeremos sancocho, pero esta vez será algo distinto. Por razones dietéticas, lo haremos con un poco de bacalao, que como ya habrán supuesto, es pescado muy habitual y tolerado en mi casa. Digamos que es un sancocho como el que suelen hacer los canarios que viven en La Península, donde el cherne salado no es fácil de conseguir. El paladar de este sancocho se parece al legítimo como un huevo a una castaña, pero está bueno y al final es básicamente pescado y papas. Luego hay diversos tipos de pella de gofio, y de ensalada, pues recuerdo la que hacía una vecina de mi niñez; por mucho que le dijeran que ya con el cherne o la corvina había bastante pescado en la mesa, ella proclamaba, ufana: “¿Dónde se ha visto que una ensalada como Dios manda no tenga una buena lata de sardina de Nantes?”
Los aplausos de ayer por la tarde estuvieron un poco descafeinados; algunas ventanas no se abrieron, tal vez porque la siesta se les alargó. Pero Sofía y Diego estuvieron puntuales, en los brazos de sus padres, mirando con curiosidad esa costumbre que no sé cómo interpretarán en sus cabecitas. El caso es que Sofía sigue haciendo sonar una pandereta y saludando para cargarnos las pilas. Buen día.
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