Decía el poeta popular argentino Buenaventura Luna en sus Sentencias del Tata Viejo:
“…Ha de saber el mortal
con ocasión de un enredo
no tenerle miedo al miedo
que más miedo le va a dar…”
El miedo es probablemente el arma más poderosa que existe. No tengo la preparación ni la información para pontificar sobre las decisiones que se están tomando, pero sí que me llama la atención la facilidad con la que hemos renunciado a muchos de nuestros derechos fundamentales, y para ello no se han necesitado medidas de fuerza, ha bastado simplemente el miedo. Luego está el debate de si son adecuadas las medidas, si se quedan cortas o si se han pasado. Ponen los ejemplos de países asiáticos fuera de China, como Corea del Sur, Japón o Singapur, que están remontando esta crisis sin parar la economía pero sí con un control absoluto y digitalizado de los contagios. En ese sentido, está claro que estos países van por delante. Por lo tanto, al miedo añadimos la confusión, y la luz que vemos es la insistencia de los responsables en decir que esto pasará. Es un mantra que nos repetimos para conjurar el miedo.
Lo que más pesa y más miedo da es que está muriendo gente, y parece una especie de mensaje tranquilizador cuando dicen que la mayoría de los fallecimientos corresponden a personas de edad avanzada o con patologías previas. Posiblemente sirva de respiro a la mayoría, pero me parece de una crueldad tremenda. Es una obviedad que las personas mayores son más frágiles porque tienen un organismo cansado, así como aquellas más jóvenes que tienen algún padecimiento grave o crónico. Por lo tanto, son más sensibles a cualquier situación que entrañe riesgo, aunque solo sea ponerse en corriente entre ventanas. Ya se sabe, no hace falta repetirlo una y otra vez.
Han muerto personas célebres o muy populares, y aunque solo sea por unos segundos se pone atención a su partida, pero también mueren centenares de personas anónimas, que solo son números en el parte diario de bajas. De esas personas me acuerdo constantemente, porque la mayor parte fueron madres, padres, abuelas o ciudadanos que arrimaron el hombro para construir esta sociedad que esperamos volver a disfrutar. Tienen familiares que ni siquiera han podido despedirse como mandan nuestras costumbres culturales, y ya dicen los psicólogos que ese será una secuela añadida para quienes han tenido que llorarlos a distancia. Esas personas desaparecidas en tropel merecen un gran homenaje, porque cada una de ellas tiene un valor infinito; su gran mérito ha sido el de hacer lo que era correcto, con el único objetivo de una vida digna para su gente. Esa memoria será una de las cosas importantes que tendremos que hacer en cuanto sea posible.
Buen sábado. No tengan miedo, pero sigan cuidándose, por favor.
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