Nunca serán un extranjero, payador.

 

(En memoria del cantautor Rafael Amor que ha fallecido hoy en su añorada Argentina a la edad de 71 años).

***

Eran los años setenta y primeros ochenta del siglo pasado, cuando la noche parrandera empezaba con un churrasco en cualquier asador argentino o uruguayo o en la Pizza Real, pionera de la comida italiana en la oferta gastronómica de Las Palmas de Gran Canaria. Luego seguíamos por diversas rutas, unas veces el Guatativoa, otras La Carreta o, ya más al final de la época, en Medio Mundo. Fueron muchos los nombres que entonces trajeron la poesía cantada que miraba al otro lado del Atlántico, como Rafael Amor, Los de la Banda Oriental y otros grupos de paso, como Gauchos 4, que nos llenaron de canciones uruguayas de Zitarrosa, Viglietti y los Olimareños, y de los rivales de la banda Occidental del Río de la Plata, desde las canciones de Ariel Ramírez a las memorias de cientos de vagualas, chamarritas, zambas y chacareras. No quedaron atrás el arte de Yupanki, la cueca de Chile, la valentía de Violeta, la rabia por Víctor Jara y la enciclopedia andina de Los Calchakis.

No fueron una, ni dos, ni tres las noches que Rafael Amor se sentó con el grupo de noctámbulos (y noctámbulas) para remachar la noche con el cubata (bebida oficial de las amanecidas) o cebando un mate que sacaba de su bolsa cuando el cubata rebasaba el baremo que separa la alegría de la derrota. Allí estaba Rafael, sin esconder su admiración por el inmenso José Larralde, con una barba tan grande como su sentido del humor labrado en el dolor del exilio, cuando la Operación Cóndor tenía en el punto de mira a los payadores que opinaban, como decía Jorge Cafrune. Era Rafael bajo y ancho, y cuando se sentaba en la banqueta desde la que cantaba con su guitarra se burlaba de sí mismo diciendo que era un huevo pinchado en un palillo. Su voz se rompía sin desafinar, llenaba la sala y reivindicaba a los desposeídos, que no tienen nacionalidad definida porque, por desgracia, los hay en todas partes. Y siempre cantaba No me llames extranjero que ahora, cuarenta años después, sigue siendo aún más vigente que entonces.

Y ahora Rafael Amor se ha ido, como Zitarrosa, Mercedes Sosa, Atahualpa, Cabral, Viglietti y una lista demasiado larga y dolorosa que fue entonces la luz al fondo del túnel de la esperanza en América Latina. Al menos ha muerto en su querido suelo argentino, que tantos años echó de menos desde muy lejos, incluso en medio de los cubatas y el mate de aquellas noches grancanarias. En nuestras noches, nunca fuiste un extranjero, Rafael, sino un amigo y un poeta de la canción comprometida al que siempre admiré. Ahora puedes reivindicar la igualdad  directamente y recordarle a Dios que los ángeles blanquitos han de jugar con la niña negra de tu poema. O tal vez estés agotado y solo quieras descansar. Haz lo que quieras, la eternidad es tuya, te la has ganado, querido y admirado cantautor. Gracias, Rafael Amor.

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