Ojalá que te vaya bonito
María Dolores Pradera se marchó en mitad de una semana vertiginosa, y se ha dicho todo de ella, siempre bueno, pero tal vez no se ha incidido en el hecho de que su voz y su elegancia sirvieron de puente entre dos continentes que hablan la misma lengua, pero que antes de ella se conocían menos. Porque María Dolores Pradera es mucho más que un ramillete de canciones, por muy bellas que estas sean. En los años sesenta del siglo pasado, la relación de España con Hispanoamérica se sostenía en disparates supremacistas como «El Día de la Raza» o «La Madre Patria», y su colaboración con aquellos países -la mayor parte de ellos dictaduras o con democracias formales pero muy vigiladas por los grandes poderes económicos transnacionales- se basaba en un organismo que llamaban Instituto de Cultura Hispánica, pura retórica imperial sin más imperio que la verborrea alternante de la memoria de un tiempo ido y la inútil reivindicación de Gibraltar. La música de aquel continente que cantaba en español se reducía a las rancheras que venía de la época dorada de los charros mexicanos y algún joropo venezolano que se colaba por el flujo de la emigración. Así que la cosa quedaba entre Allá en el rancho grande y los boleros de Los Panchos y Antonio Machín.