La arena bajo la espuma, más que un título es una línea de pensamiento, una visión del mundo, las cosas y la vida. Cuando terminas el libro sabes que ha de llamarse así y solo así. Ese último verso del último poema es como la suma total de una factura. Cierto es que el título debe contener al menos una idea conjunta de un texto, sobre todo si es poesía, pero no siempre define de un trazo el discurso de un poemario. En este caso sí, porque en cada una de sus aristas esa espuma de inquietudes, miedos y dudas, encuentra la solidez de la arena, que no es firme pero es esperanza porque «acabando la noche vuelva el alba».
Graci Bordón Artiles es el ideal de Borges, quien decía estar más orgulloso de los libros que había leído que de los que había escrito. Esa larguísima travesía por las palabras que «son las voces que habitan en los libros» ha dejado un poso de conocimiento literario que hace que la poeta se exprese en cualquier tesitura, siempre encajada en el rigor de lo literario pero con la libertad de quien sabe que no existe más estilo que la propia fluencia de la palabra. Y responde al concepto de la Grecia clásica al entender la poesía como sinónimo de literatura, porque deja entrar en el verso lo épico y lo dramático, siempre bajo la sombra de la lírica que ve una luz al fondo donde «otra vez retoñarán las rosas».
Con tanta autoridad como sarcasmo, Octavio Paz vino a decir que el último movimiento cultural que ha existido es el Romanticismo, y que todo lo que ha venido después son variaciones a favor y en contra. No pretendo rebatir a Paz, entre otras cosas porque él era muy capaz de rebatirse a sí mismo, pero sus palabras sirven como un guante para explicar los mimbres con los que, técnicamente, se construyen estos poemas. Surgen el soneto clásico, el alejandrino que resuena como el mar contra un rompeolas, el verso libre, y siempre la libertad y el rigor de la lectora/poeta que destila sus poemas tal como vienen del manantial.
Vivimos un tiempo en el que hay corrientes poéticas de distinto signo. Desde las nacidas en las redes sociales que generan ventas fabulosas entre un público adolescente y que no suele distinguir un soneto de una silva y no nota la inexistencia de imágenes, hasta las hiperintelectualizadas que tratan de afiliarse a la transmodernidad y que suelen encabezar los libros con citas de Jameson, del controvertido Zizek o de Bauman, para adscribirse a la modernidad líquida, donde el lector medio trata de orientarse para saber si se mueve en la filosofía, en la sociología, y a menudo se olvidan lo más esencial, la poesía.
Pero también hay poetas rigurosos que dejan correr el agua de las ideas por el cauce más evidente, la naturalidad, que no el naturalismo. Esa naturalidad con que entra en distintos registros es por derecho un estilo, el estilo de Graci, la palabra con la que nos dice: «Llevo a cuestas mil rémoras desde antes de la vida», porque la vida que nos cuenta no empieza cuando nació, sino cuando el ser humano comenzó a pensar y a interpretar lo que sentía. Sabe de la levedad de la vida y de la intranscendencia de lo humano en la inmensidad del tiempo y el espacio y por ello sabe que, en el mejor de los casos, todos seremos «la medianoche de cualquier noche».
Con los aparejos de la filología y esos libros leídos de los que Borges se sentía tan orgulloso, los versos de Graci Bordón Artiles nos llevan de la mano por la vida -las vidas-, y nos trasladan su vínculo con los afectos que casi siempre fueron y trata de rescatar escarbando en la memoria de la desmemoria, porque esa vida a veces tan complaciente, también puede ser «un francotirador que apunta a la belleza / y la liquida /de un tiro entre las cejas». Son las ausencias que vuelven a hacerse presente, ora como remanso apacible, ora como cascada impetuosa. Lo femenino es como un ideal que no debiera necesitar militancias, pero nuestra civilización ha ido construyendo una serie de mitos falsos que casi siempre van en detrimento de la igualdad de todos los seres humanos. Sin rabia, pero con firmeza, se nos muestra «la mujer, la niña, la muchacha, / continuamente otras y una misma». Esos tiempos reivindican la condición humana por encima de todas las ideas y manipulaciones que ha diseñado nuestra milenaria cultura.
Estamos por lo tanto ante un poemario que es una fuente que surte en un patio, alrededor del cual nos cercan el dolor, el amor, la ausencia y la esperanza. La soledad aparece solo dos veces, para ser conjurada o cuando ya no está. En realidad, no se alude a ella porque todo el libro es la definición de que cada ser humano nace y muere solo, pero entre tanto está la vida. Y ese romanticismo que añora lo imposible levanta edificios con cimientos de utopía, columnas de ilusión y ladrillos de fantasía, armando el verdadero mundo real que habitamos: «Sí, seguiré soñando con ficciones y sombras, / hallaré en los rincones un beso que no existe». Y sí existe, porque al final la imaginación es la única propiedad intransferible que poseemos.
Con la anuencia de Paz y Borges, leer La arena bajo la espuma es mirarnos en un espejo.
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