El mito de la caverna es una narración que se encuentra en La República de Platón. Seguramente, con sus cimientos filosóficos, mi amigo Rubén Benítez Florido la explicaría mucho mejor que yo, por lo que desisto de explicarla pero sí que llamo la atención sobre la lección que nos da. Para quienes no lo conozcan, es muy fácil acceder a su contenido con los medios de que hoy disponemos y no necesita más allá de cinco minutos. Platón nos advierte sobre cómo percibimos la realidad, y sobre la necesidad de tratar de llegar al conocimiento de la verdad, que para el filósofo es el bien, y no de cómo esa realidad llega hasta nosotros convertida en un reflejo en la pared de una cueva a la luz de una hoguera. La percepción de la realidad hace que vayamos asumiendo una creencia sobre algo que muchas veces no se corresponde con la verdad, y nos resistimos a aceptar ese cambio de paradigma, porque nos han llevado a entender falsamente que cambiar nuestra concepción sobre las cosas es fracasar.
Recuerdo este mito platónico porque en estos días de informaciones, bulos, mentiras y manipulaciones sobre los que sucede en Cataluña, el mito de la caverna se hace presente porque vemos claramente cómo esos conceptos que tenemos sobre las cosas se resisten a cambiar, aunque alguien nos lo muestre como realmente son. Claro, quien nos lo dice, está a su vez sometido a su percepción de la realidad, con lo que vivimos en una especie de reacción en cadena donde no podemos estar seguros de nada. Lo digo porque me resultan tan irritantes como ingenuas muchas de las opiniones que leo y escucho en estos días. No hablo de quienes siempre tratan de pescar en río revuelto arrimando la brasa a su sardina, hablo de las persona de buena fe que están convencidas de una cosa o de su contraria, y de cómo se valen determinados intereses de ese mito que llevamos en el inconsciente, que se resiste a cambiar y que se manifiesta en todo su esplendor positivo o negativo a poco que lo alienten. Si no existieran esas convicciones previas que provienen de una percepción determinada de la realidad, sería imposible que aflorasen actitudes tan contundentes, casi siempre defensivas porque entendemos que están cruzando la línea roja de nuestra concepción de las cosas. Bien que saben eso los partidos políticos, los movimientos organizados y los medios de comunicación que utilizan esa memoria inconsciente para tratar de llevarse el agua a su molino. He traído hasta aquí la evocación del mito de la caverna porque lo que nos dicen unos y otros son como sombras que se proyectan en la pared de una cueva, y que casi nunca se corresponde con una verdad que, si la conociéramos a fondo y a plena luz, tal vez cerraríamos los ojos por miedo a deslumbrarnos, porque la verdad a menudo es más dolorosa que el mito que hemos aceptado como real.
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