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Cincuenta años de Macondo

Para entender la fuerza con la que irrumpió la novela Cien años de soledad en la literatura, la cultura y la sociedad, situémonos en la primavera del año 1967, cuando un inquieto periodista colombiano, Gabriel García Márquez (Gabo, rebautizado en la redacción del diario El Espectador de Bogotá), con cuarenta años recién cumplidos, autor anterior de algunos relatos y unas pocas novelas cortas de cierto éxito, logró que Editorial Sudamericana de Buenos Aires publicase un texto que ya había sido devuelto por otras editoriales. Se cuenta que el escritor argentino Miguel Mujica Láinez, entonces la estrella de la editorial por el éxito de Bomarzo y otras novelas, creyó en el libro y presionó para que viese la luz. Lo que ni los más optimistas esperaban es que los 8.000 ejemplares de la primera edición de una novela de autor desconocido en Argentina se agotaran en una semana.
Unos meses después, en el verano decembrino de Buenos Aires, Gabo, novato en el papel de estrella, fue invitado con su esposa Mercedes Barcha a un palco para ver una representación de ópera en el Teatro Colón. Continuar leyendo «Cincuenta años de Macondo»

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La fascinación, esa trampa

La mayor parte de las personas pueden sentirse atraídas de manera irresistible por algo, que también suele ser una idea engañosa. Puede pasar en ciertos momentos de la vida, y a veces ese momento se alarga hasta el punto de que, en algunos casos, puede ocupar muchos años o incluso la vida entera. Es una especie de adicción mental que abarca todo lo que nos rodea, incluyéndonos a cada uno. Francis Scott Fitzgerald estaba fascinado por la riqueza, lo que se trasluce en su novela El Gran Gastby; para él los ricos eran una especie de aristocracia elegida y respetable porque así se había establecido por una combinación morganática entre sociedad y naturaleza. Esta idea enlaza con una manera de pensar parecida que expresaba en sus cartas nada menos que el Cervantes en lengua alemana Johann Wolfgang von Goethe, que se debatía entre su amor por su patria y su admiración ilimitada hacia Napoleón. Esa fascinación por el poder no es exclusiva de Goethe, y no me refiero a quienes se arriman al sol que más calienta para medrar, sino admiración en sí misma de alguien que no necesita del poder para ser reconocido, como es el caso de García Márquez, IMG_5673.jpgabducido por el propio concepto de poder como él mismo admitió más de una vez. Luego está la fascinación hacia uno mismo, que se iguala con la perfección en la valoración propia; son adorados y desprecian esa rendición ajena porque en realidad lo que les colma es la perfección, que creen poseer, lo cual a veces se acerca a la verdad. Es el caso de Herbert Von Karajan, a quien el aplauso y el halago le importaban poco porque sabía lo que hacía cada noche en el escenario; o esa vida fugitiva hacia el anonimato de escritores muy celebrados, como Thomas Pynchon y Juan Rulfo, aunque el paradigma de esa fobia a ser visto es J.D. Salinger, que algunos psicólogos interpretan como una muestra de soberbia, al considerar inconscientemente que la gente no merece su presencia y menos su simpatía.
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Juan Goytisolo, piedra angular

Con la muerte de Juan Goytisolo, desaparece uno de los más grandes intelectuales de España y de Europa. Novelista, ensayista y escritor en todas direcciones, tuvo que irse de España porque el ambiente que imperaba en España en plena dictadura lo empujó hacia Francia, e hizo de París su segunda casa, que luego ha sido Marrakech, ciudad marroquí en la que ha muerto y descansará para siempre por propia voluntad. Estamos hablando de uno de los pilares de nuestra narrativa y un pensador que incluso fue más respetado fuera de España que en su patria, que siempre fue para él una gran decepción.

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