La fascinación, esa trampa

La mayor parte de las personas pueden sentirse atraídas de manera irresistible por algo, que también suele ser una idea engañosa. Puede pasar en ciertos momentos de la vida, y a veces ese momento se alarga hasta el punto de que, en algunos casos, puede ocupar muchos años o incluso la vida entera. Es una especie de adicción mental que abarca todo lo que nos rodea, incluyéndonos a cada uno. Francis Scott Fitzgerald estaba fascinado por la riqueza, lo que se trasluce en su novela El Gran Gastby; para él los ricos eran una especie de aristocracia elegida y respetable porque así se había establecido por una combinación morganática entre sociedad y naturaleza. Esta idea enlaza con una manera de pensar parecida que expresaba en sus cartas nada menos que el Cervantes en lengua alemana Johann Wolfgang von Goethe, que se debatía entre su amor por su patria y su admiración ilimitada hacia Napoleón. Esa fascinación por el poder no es exclusiva de Goethe, y no me refiero a quienes se arriman al sol que más calienta para medrar, sino admiración en sí misma de alguien que no necesita del poder para ser reconocido, como es el caso de García Márquez, IMG_5673.jpgabducido por el propio concepto de poder como él mismo admitió más de una vez. Luego está la fascinación hacia uno mismo, que se iguala con la perfección en la valoración propia; son adorados y desprecian esa rendición ajena porque en realidad lo que les colma es la perfección, que creen poseer, lo cual a veces se acerca a la verdad. Es el caso de Herbert Von Karajan, a quien el aplauso y el halago le importaban poco porque sabía lo que hacía cada noche en el escenario; o esa vida fugitiva hacia el anonimato de escritores muy celebrados, como Thomas Pynchon y Juan Rulfo, aunque el paradigma de esa fobia a ser visto es J.D. Salinger, que algunos psicólogos interpretan como una muestra de soberbia, al considerar inconscientemente que la gente no merece su presencia y menos su simpatía.
Por el contrario, las más frecuentes muestras de este fenómeno son las que requieren una loa permanente, y sus protagonistas siempre están insatisfechos porque basta con que les suene mal una palabra en medio de una lluvia de parabienes para que entren en cólera, se depriman o se oculten majestuosamente, que de todo hay. Esa fascinación consigo mismos se da en determinados personajes que triunfan en disciplinas que tienen proyección pública, sean artistas, científicos o humanistas, desde Truman Capote y María Callas a Edison y Miguel Ángel Buonarroti. Y los hay, incluso, que se consideran elegidos por los dioses, el destino o quien fuere, se saben grandes y se comportan de forma mesiánica, como Bob Dylan, que en 1978 declaró a la revista Rolling Stone: «Dylan siempre ha estado ahí, siempre lo estuvo; antes de que yo naciera ya estaba Bob Dylan. Yo estaba mejor preparado para interpretar ese papel». Y siguió tocando la armónica.

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NOTA FINAL:
No se niega la grandeza y el talento de estas figuras, ya que su influencia en su
campo y a menudo en toda la sociedad está por encima de cualquier discusión;
es de su carácter de lo que hablamos.

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