He dejado pasar la primera oleada alrededor de la nueva novela de Alexis Ravelo, Los milagros prohibidos, para tratar de mirar con algo más de sosiego la narrativa de este autor. A propósito de su anterior novela dije que Alexis quiere saber de dónde son los cantantes, aludiendo a la popular canción del Trío Matamoros, porque aquel relato, La otra vida de Ned Blackbird, es en realidad una indagación del camino que siguen las historias hasta convertirse en literatura. Si ya sabemos que le importa el qué, en esta nueva novela queda absolutamente certificado que también le interesa el para qué, si es que no estaba claro antes, en títulos como Los días de mercurio.
Queda el cómo, y no hablamos de que le interese a Alexis Ravelo, es que se trata justamente del sonido de una voz, que no se ha ido construyendo poco a poco, porque en su primera novela ya estaba. Ahora se maneja con más sabiduría, pero eso que llaman oficio solo modula los sonidos, las pausas y los ritmos, y a quienes van muy justitos les ayuda a entonar. A las voces propias, las que provienen del don de tocar la balalaika como la madre del Doctor Zhivago, se les puede aplicar sordinas, cejillas, vibratos y hasta contrapuntos, pero apenas quites el tapón, sale cortando el aire esa potencia que estaba en el frasco; a propósito de la anterior novela, ya empleé un latinajo (capra tendit in silva), y de lo que se trata es de que ese monte hacia el que siempre tira la cabra es el auténtico Ravelo, la fuente de una narrativa que ahora concita merecidos aplausos, que no me sorprenden porque ya desde sus primeros libros de relatos breves un lector atento podía percibir esa potencia.
También es cierto que a veces no hay mayor ciego que el que no quiere ver, y reconocer talentos indiscutibles equivale para algunos a dejar a los de la impostura desarmados (otra vez en latín: nudum asinum). Nunca he creído en las carreras literarias que van in crescendo, que engordan y se conforman paulatinamente. Eso nada tiene que ver con el talento, y si repasamos la obra de las plumas importantes veremos que esa voz que las distingue estaba del todo desde el primer libro. Lo otro puede llamarse costumbre, aprendizaje y, como dije antes, oficio, pero el talento no se aprende. Con esto quiero decir que está aquí otra vez Alexis Ravelo, lo cual significa que no solo es altamente recomendable esta última novela, sino que hay que volver a todo ese corpus que ya marca un territorio inscrito en el registro de la propiedad.
Como se supone que hablamos de Los milagros prohibidos, toca ir acotando. Por lo tanto, adjetivemos: novedoso el descubrimiento para la gente de fuera de Canarias (y para muchos canarios) del episodio tremendo de la llamada Semana Roja de La Palma, justo la primera de la guerra que empezó en 1936 y que se me antoja interminable; interesante la capacidad para tratar de entender esa tendencia de mezclar asuntos personales con hechos políticos y posiciones ideológicas; abrumadora la pericia para cautivar con el manejo de un lenguaje supuestamente coloquial y localizado que finalmente es un ejercicio de estilo que en momentos roza el virtuosismo por la eficacia; impactante la dureza con que es tratada la conveniencia, y la naturalidad con que nos cuenta lo lúgubre; sorprendente la facilidad con que el autor es capaz de usar el humor aun en las situaciones más terribles: extraño que el autor, estando ideológicamente cercano a uno de los bandos, permita que los adversarios (en una guerra son enemigos) expongan sus razones, porque eso ayuda a entender -que no justificar- tanta barbarie…
Y así podríamos seguir usando todos los adjetivos que encontremos en el diccionario, pero lo importante de esta novela es que información, ideologías, posicionamientos, flaquezas y heroísmos confluyen en fundar un espacio literario que escapa a los hechos reales en los que se basa. Exactamente eso es novelar, crear mundos, Cortázar nos asista. Fluye el Ravelo más genuino, el que, como en otra de sus novelas, La última tumba, hace que nos preguntemos si la venganza es una forma de justicia, o si, por el contrario, la justicia entendida como generalidad es un ajuste de cuentas de la sociedad. Y eso es lo que extraemos de Los milagros prohibidos, noticias sobre hechos, datos y ambientes, pero ninguna respuesta que nos dé la solución definitiva; es más, las buenas novelas no son las que dan respuestas ni las que se hacen preguntas, sino las que generan preguntas y respuestas a quien las lee, que serán planteadas o resueltas de una forma u otra según cada historia personal.
De modo que he leído con gusto Los milagros prohibidos; esperaba a Ravelo y ha comparecido. No voy a sorprenderme a estas alturas de quien sé hace mucho que es un gran novelista, y sigo teniendo de su obra la misma percepción que cuando no era aplaudido (ahora lo aplauden hasta en francés, acaban de traducirle a esa lengua Las flores no sangran). Y me alegra de que mucha gente y a mucha distancia pueda escucharlo tocar la balalaika. Advierto: prepárese a hacerse preguntas.
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