Pedro Lezcano, narrador

Todos conocemos al Pedro Lezcano, poeta y otras muchas cosas. Hace unos meses dimos cuenta del Pedro Lezcano autor teatral. Ambos géneros literarios se asumen como suyos, recitamos de memoria sus versos y sabemos de su pasión por el teatro, fuese autor, actor o director. Ahora se nos presenta otro Pedro Lezcano, también conocido pero hasta ahora menos valorado. Me refiero a su faceta de narrador, que ahora queda a la vista en una preciosa publicación (Narraciones. Pedro Lezcano) del Cabildo de Gran Canaria, con la edición a cargo del profesor Felipe García Landín.
pleznano1.jpgPedro Lezcano es magnífico en todas sus vertientes literarias, es uno de nuestros poetas casi sagrados, pero no me canso de decir que su trabajo narrativo tiene al menos la altura de su poesía, que no es poca, pero me atrevería a decir que en algunos momentos la supera. Y es una lástima que un corpus narrativo como el suyo, no muy extenso pero sí muy contundente, quede orillado en nuestro devenir literario. Lezcano es un orfebre del cuento. Pocas veces se han alcanzado en Canarias cotas más altas que las que él escaló, por lo que podemos decir sin temor a equivocarnos que estamos no solo ante un gran poeta, sino ante uno de los insoslayables narradores canarios del siglo XX. Conocedor de esta sociedad, de sus grandezas y sus miserias, de los claroscuros que conducen al dolor de muchos para el beneficio de unos pocos, utiliza su talento para definir a fogonazos una realidad a menudo metaforizada porque hubo un tiempo en el que las circunstancias obligaban. Relatos como El pescador o La chabola forman parte de mi antología personal de cuentos que en su breve trazo definen un mundo.
Como un centrocampista de la letras, Lezcano juega en cualquier sitio y saca de su manga la magia de la precisión, la ironía siempre agazapada y dispuesta asaltar en cualquier momento, la compasión de quien entiende el drama de sus personajes. No falta el humor, siempre a flor de piel tanto en el autor como en sus criaturas literarias, y es capaz de arrancarnos una sonrisa o una carcajada, y más adelante transmitirnos el desgarro y el desamparo. Pedro Lezcano rebosaba talento, pero también conocía el oficio y su trayecto, por eso disponía siempre del recurso adecuado para generar lo que deseaba. Eso está al alcance de pocos autores, y por ello esta edición es una llamada para que quienes aun no hayan descubierto a este gran Pedro Lezcano se acerquen a su prosa imaginativa, a sus personajes que respiran, a su capacidad casi fotográfica de retratar una sociedad y un tiempo, que fue a la vez bello y terrible. Me cabe el orgullo de haber sido el editor en 1994 de uno de sus últimos relatos, Diario de una mosca, y espero que, después de un cuarto de siglo reivindicando la narrativa lezcaniana, se preste ahora más atención al gran trabajo de edición y análisis realizado por el profesor García Landín, y a la lectura de una colección de relatos en los que nada sobra.

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