¿Pensar, para qué?

Entra el otoño y con él se produce la rentrée de las actividades culturales cara al público. Y, como es costumbre, hay algún interesado que saca a la palestra el dinero público dedicado a la cultura, casi siempre para ridiculizar y desvalorizar el trabajo y el talento (mucho o poco) que se expone. Estoy convencido de que hay una estrategia para evitar que la gente piense, y eso pasa por laminar las Humanidades en los programas de enseñanza y por presentar a la gente de la cultura como machangos estúpidos y oportunistas. Lo más terrible del asunto es que les está saliendo bien; en nuestra sociedad, cuando se habla de artistas e intelectuales viene equivaler a emparentarlos con vividores, aprovechados y timadores; seres corruptos e inútiles en definitiva. Eso sí, hay siempre un par de figurones que son aventados como genios y nadie discute que se gaste dinero público en fomentar sus incontestables genialidades. El resto puede decirse que son pseudodelincuentes, o peor aún, pedigüeños.

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Para empezar, si hablamos de subvenciones, tenemos que decir que pocas cosas hay que no lo estén. El dinero público va tranquilamente a los tres sectores económicos, y está bien porque se necesitan impulsos y ayudas. Si hablamos de los intangibles, hay dinero en los deportes, bien es verdad que no de la manera ideal, pues a veces reciben más los que más tienen. A nadie le parece mal porque se supone que eso va finalmente en beneficio de la sociedad en su conjunto. Está claro, ayudar al deporte o al comercio no es cosa de deportistas o comerciantes; pero si se pone dinero en cultura salen rápidamente los nombres del pintor, la bailarina o la actriz que está en un proyecto; se ha generado la idea de que la cultura solo es cosa de la gente que la hace.
Y es una gran mentira, porque hasta el escaso dinero que se dedica a la cultura se distribuye de manera «asimétrica» por decirlo de una manera suave. Cuando se sostiene un acto cultural muy costoso, se justifica como imagen, pero no se dice quiénes son realmente los beneficiados, que a veces ni siquiera son directamente agentes culturales. Pero si hablamos del resto de la cultura es como si se le hiciera un favor a un grupo de teatro o a un laborioso proyecto audiovisual. Y, para terminar, hay que decir que el dinero para la cultura creativa es ahora mismo tan escaso que se gasta casi todo en gestionar la nada, con lo que seguiremos teniendo deslumbrantes eventos y equipazos deportivos en la élite, pero la cultura creativa acabará siendo cosa de inútiles marginales, si es que ya no lo es. Se llama ignorancia programada. En unos años, esto será un desierto repoblado con aplicaciones de móvil. ¿Pensar, para qué?

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