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Apellidos que son nombres

Hoy, fecha de nacimiento de Neruda, también es el santo de Galdós, San Benito, pero nadie se acuerda, porque es un nombre que se pierde hacia la sonoridad de los apellidos, como le ocurre, por ejemplo, a Bioy Casares, al que tomo como ejemplo de lo que digo. Se llamaba Adolfo, un nombre corriente pero poco usado, que siempre desaparece bajo el peso de un apellido resonante. Wilde era Oscar, un nombre que ahora es premio de cine, Borges era Jorge Luis, nombre de culebrón en antístesis a su obra, que se dice siempre completo aunque en la mayoría de los escrito sólo ponen J.L.; Bioy era Bioy, como mucho Bioy Casares, casi nunca Adolfo, porque Adolfo se pierde ante un Suárez, un Hitler, o entre un Gustavo y un Bécquer. Llamarse Adolfo es como tener un nombre transparente, y el nombre es importante, imprime carácter, ya decía Wilde que es muy importante llamarse Ernesto; sí, sí, Ernesto, Oscar o Jorge Luis, y por la misma razón llamarse Adolfo necesita un doble esfuerzo.

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¿Interesa «esta» política?

A menudo me pregunto si la política interesa tanto a los ciudadanos como para que sea a todas horas la estrella de los medios informativos. La respuesta es sí, la política interesa, pero no la que dan los medios, sino los resultados de toda esa gestión de la que se habla, se comenta y se emborrachan en un remolino que cada vez se parece más a los procedimientos de la prensa rosa, donde un gesto, una palabra o un equívoco hace correr ríos de tinta. ¿Quiénes hablan entonces de políticas? Creo que quienes se dedican a ella de manera profesional, bien sea como gestores públicos, funcionarios que trabajan cerca de los anteriores o periodistas que tienen la misión de informar y opinar. Es posible entonces que los medios de comunicación vengan a ser una especie de boletín múltiple y endogámico que nace y muere en los políticos.
criiiico.JPGQuiere el ciudadano saber qué sucede con la educación, con la sanidad, con las obras públicas que le afectan, con el sistema de pensiones, con las posibilidades que sus hijos jóvenes tienen de incorporarse al mercado de trabajo. Eso es en realidad la política real, pero no la ficción que se vive en los medios como en una gran representación escénica. Continuar leyendo «¿Interesa «esta» política?»

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La furgoneta enterrada en el barro

La furgoneta estaba atascada en el barro. Era una vieja Volkswagen de las que los hippies hicieron bandera en los años 70 y que en Canarias llamaban Cyrasa porque la solía usar una agencia de viajes con ese nombre. Tenía años, pero un motor que se refrigeraba por aire y no se rompía ni a martillazos. Eso sí, gastaba muchísimo, su carburador era un saco sin fondo, pero siempre seguía ahí, a pesar de los malos conductores, del exceso de peso y de las endiabladas carreteras de tierra por las que la metían. Y ahora tenía las cuatro ruedas enterradas en el barro. Sus ocupantes estaban cansados, nerviosos y hambrientos. No se llevaban bien, pero tenían que viajar juntos porque no había otro medio de transporte en muchos kilómetros a la redonda. Y ahora tocaba empujar, pero el tipo rubio no quería bajarse porque se le embarraban los botines nuevos, la chica pelirroja alegaba que si empujaba se le rompía la falda que le quedaba muy ajustada, el conductor se aferraba al volante y decía una y otra vez que la furgoneta era suya y que lo suyo era conducir, la muchacha de pelo castaño con coleta que había subido haciendo auto-stop argumentaba que ella no tenía que ver con los demás y que lo que había que hacer era cambiar de furgoneta. Pero no había otra, y estaba atascada. Continuar leyendo «La furgoneta enterrada en el barro»