Utilizar verdades a medias y argumentos incorrectos es una práctica utilizada para sacar provecho de una situación, justificar un error propio o inducirlo en los demás y siempre con fines interesados. Aristóteles llamó sofistas a quienes utilizaban trampas dialécticas, para tratar de envenenar las palabras, embelesar al que escucha y convertir en fuertes los argumentos insustanciales o incluso falsos. Los sofismas están de moda porque son usados continuamente para enaltecer lo propio o descoyuntar lo ajeno. Se llega al insulto grosero a la inteligencia, porque se repiten razonamientos que son obviamente erróneos que se apoyan en consideraciones cuya falsedad está a la vista de todos. Cuando Rajoy y la gente de su partido dicen que han ganado las elecciones, no mienten del todo, pero lo dejan ahí y a continuación extraen la conclusión que ello les da derecho a gobernar. En una democracia parlamentaria, si no hay una mayoría absoluta, haber sido el partido más votado no convierte a su líder automáticamente en presidente del Gobierno, porque quien lo inviste es el Parlamento representativo que sale de las urnas, no las urnas. Por lo tanto, no hay impostura cuando alguien de un partido que no ha sido el más votado es investido, puesto que así son las reglas mientras no sean cambiadas. En la derecha conservadora española hay una especie de sentimiento general de que el poder le pertenece por designio cósmico, y cuando es otro quien lo ostenta es un usurpador, un intruso; y da igual la legalidad y la legitimidad. Debe ser genético, una especie de herencia moral de siglos en los que el poder era suyo sin discusión. Está claro que en España no se hizo la revolución burguesa, y todos los intentos de actualización política han tropezado siempre con el gesto ofendido de la derecha. Esa idea de haber sido expoliados de un poder que creen suyo se plasmó muchas veces durante el siglo XIX y el XX y volvió a ocurrir en el XXI cuando Zapatero obtuvo la investidura en 2004. El sofisma sería que, para la derecha, todo lo que no sea estar ella en el poder es una adulteración, y da igual que haya una constitución que diga otra cosa. Otra muestra de las trampas sofistas en el discurso es cuando (de nuevo la eterna derecha) dice que si no hay gobierno es porque los demás no respetan la voluntad de las urnas el 20-D. Para ellos, eso significa que hay que facilitar que siga gobernando Rajoy, sin que proponga cambio alguno en sus políticas, es obligación de los demás apoyarlo o abstenerse, y rematan con otro sofisma: no hacerlo es antidemocrático. Cuando ellos actúan es hacer política, si lo hacen los otros es pantomima, teatrillo y postureo (maldita palabra). Pero no crean que el uso del sofisma es exclusivo de la derecha; la socialdemocracia, la izquierda y los nacionalistas también son diestros en su manejo. Los oyes y piensas que están hablando de un país de otro planeta, y lo más triste es que hay gente que los cree aunque sus discursos no resistan la más leve brisa dialéctica. Pero tienen en sus manos una demoníaca máquina gobeliana, que convierte en verdad una mentira mil veces repetida, y me pregunto hacia donde habría ido el mundo y nuestra civilización si en tiempos de Cristias y Protágoras hubiera existido la televisión.
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