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Cervantes y Shakespeare, después de los clásicos creadores de mitos, son las dos glorias literarias más altas de Occidente, ante los que se inclinarían Goethe y Dante Alighieri, los otros dos que completan el póker del canon literario moderno. Con lengua cervantina y palabras de Shakespeare, afirmo que este trabajo está hecho con apreciaciones de lector y pesquisas de curioso, lejos de los rigores de la academia -que siempre ha tratado de embridarlos sin éxito- y a la que ambos fueron ajenos. Se puede discrepar sobre datos y debatir sobre matices, pero no admite discusión la grandeza indestructible de estos dos gigantes.
Existen coincidencias entre ambos autores, pero hay más diferencias, que ha de haberlas porque la majestad de sus obras las hace únicas y por consiguiente incomparables por definición. Coinciden en la grandeza, en el tiempo creativo e incluso en la fecha cercana de su muerte (el 23 de abril católico no era el mismo día que el anglicano). No son antitéticos, pero sí muy distintos, tanto en sus vidas como en sus intereses argumentales y temáticos, aunque los une la fascinación por la Italia del Renacimiento, que aparece en varias obras de ambos y en la importación de detalles, guiños, y en el caso de Cervantes, géneros.
Aunque el inglés vivió solo 52 años y el de Alcalá de Henares alcanzó los 69, esa ventaja en años no la empleó Cervantes para trabajar en su producción literaria, pues pasó casi dos décadas entre servidumbres italianas con el clérigo Acquaviva, guerras contra los turcos y en el cautiverio de Argel, aunque sí que le sirvieron de aprendizaje que luego veríamos reflejado en temas, diálogos y pensamientos, desde la influencia de su amigo el poeta italiano Ariosto hasta el uso didáctico de lo que llamó Novelas ejemplares (1613). El grueso de la obra de ambos fue escrito en los últimos 20-25 años de sus vidas, entre 1590 y los años anteriores a 1616.
Ambos escritores produjeron su obra cerca de la corte. Shakespeare era actor y formó parte de la compañía protegida de la reina Isabel I y luego por su sucesor Jacobo I, y el éxito hizo que siempre estuviera a la sombra del poder, pues actuaba también en la corte. Podríamos decir que fue rico, puesto que también era accionista de la compañía y tenía ganancias como empresario, actor y autor. Su popularidad en el Londres de entonces le dio una gran influencia entre los poderosos, si es que él mismo no lo fue.
Por su parte, Cervantes siempre arrastró deudas, y su cercanía al poder es puntual y leve; proviene de su alistamiento en los tercios españoles, y especialmente por su conducta en la batalla de Lepanto. Por ello, don Juan de Austria, hermano bastardo de Felipe II y comandante de la armada española, le dio en Italia una carta de recomendación que debía abrirle puertas, pero que en su mala suerte fue un baldón, puesto que al ser apresados por los piratas durante el regreso él y su hermano, creyeron los pitaras que eran piezas de gran valor y en el cautiverio anduvo cinco años, hasta que lograron comprar su libertad los monjes trinitarios. Su teatro fue boicoteado por Lope de Vega, y cuando en 1605 publicó El Quijote, aunque el libro tuvo buena acogida (no comparable económicamente a un éxito en un corral de comedias), parece ser que Lope y su gente publicaron El Quijote apócrifo de Avellaneda, como burla. Y su obra maestra no tuvo entonces el mismo éxito que acompañó a Mateo Alemán, autor de Guzmán de Alfarache, novela que consolidó el género picaresco y fue el bet-seller europeo de la época. Hay estudiosos que adjudican a esta novela y no a El Quijote el nacimiento de la novela moderna. La segunda parte de El Quijote fue publicada en 1515, y aunque cerró muchas bocas y fue la consagración definitiva de Cervantes, él apenas disfrutó esa gloria y sus regalías puesto que falleció apenas unos meses después.
Aunque al tratar este aspecto pudiera entenderse que tomo partido por Cervantes, no es así, me limito a constatar lo que se sabe de ambos, que en lo que se refiere a vida personal es poco y de fiabilidad relativa casi siempre sometida a discusión. Como hemos visto, Shakespeare era un hombre inteligente, listo y práctico, con instinto para los negocios; apenas llegó a Londres y comenzó a relacionarse con el teatro, se las ingenió para ser socio de una compañía. Amasó una gran fortuna y nunca quiso que sus obras se imprimieran, para que fueran a verlas. En una época convulsa en asuntos religiosos, se evidencia el carácter pragmático de Shakespeare, la religión no se toca en sus obras. Evitaba problemas porque posiblemente era hijo de católico. Tenemos entonces a un Shakespeare rico, diligente y poderoso, y no es extraño que, aparte de los divertimentos amorosos, incluso disfrazados de tragedias, uno de los puntos fuerte de su obra sea el poder y lo que los hombres y las mujeres son capaces de hacer por alcanzarlo o conservarlo. Esos personajes grises, atormentados y malvados se forjaron en la opulencia de su autor. Ciertamente, Shakespeare era un sabio envidiable.
Miguel de Cervantes, por el contrario, se jugó la vida por sus ideales, y cuando estuvo preso en Argel prefirió que liberasen a su hermano antes que a él. Su capacidad para convencer o negociar debía ser muy leve, y así se veía envuelto en líos, de los que salía para entrar en otro, siempre cerca de tribunales de justicia y mazmorras. Esto nos dibuja a un hombre de una fuerza moral incombustible, que se levantaba una y otra vez y que no dejó de escribir una vez comenzó a desgranar novelas de todo tipo (en las 12 Novelas ejemplares las hay de casi tantos géneros diferentes), investigando en las formas y sentando bases para lo que sería el teatro posterior al Barroco. Murió en la ruina y su gran novela protagonizada por don Alonso Quijano le dio la gloria universal y al mismo tiempo sepultó el resto de su valiosísima obra. De siglo en siglo suele haber, como ahora, movimientos que tratan de dar su sitio a su gran teatro y al resto de su obra narrativa, pero siempre reaparece don Quijote y ya nadie puede mirar a otra parte. Es el castigo de la gloria. Un hombre con esa capacidad de lucha y tal entereza, solo puede escribir sobre la justicia y la libertad, valores que le fueron esquivos. Y ese don Quijote irónico, alegre y sabio se fraguó en la escasez y el dolor.
Algo que comparten ambos genios es la rumorología que se ha ido creando a su alrededor sobre aspectos de su vida privada y la de sus familias, que es muy difusa y con documentación contradictoria. En torno a Shakespeare, aunque tuvo casamientos e hijos acreditados, ha sobrevolado la idea de que tal vez tuvo algunas relaciones homosexuales, como la que algunos le atribuyen en su juventud con el conde de Southampton y más tarde con autores contemporáneos o actores que en escena lucían como bellas damas, aunque el travestismo en el teatro de entonces era lo normal, ya que todos los papeles femeninos eran interpretados por hombres. En todo caso, algunos estudiosos aceptan la posible bisexualidad de Shakespeare.
Con Miguel de Cervantes, las maledicencias corren alrededor de su familia, especialmente de sus hermanas, a las que en la época se les dio fama de mercadear con sus cuerpos, pero esto también pudiera formar parte de las tramas difamatorias de sus enemigos, que en tiempos tan machistas y retrógrados trataban de mancillar el honor de Cervantes en la conducta de su familia. Incluso se dice que reconoció como hija suya a la de una de sus hermanas para legitimarla, aunque siempre se ha tenido por cierto que su única hija Isabel es suya y de su amante, no de su esposa. Sobre esto y un nebuloso hijo tenido en Nápoles se sabe muy poco, aunque a este hijo napolitano hasta le atribuyen el rocoso nombre de Promontorio.
En otro orden de cosas, está muy clara la autoría de las obras de Cervantes, salvo algunas pocas atribuciones que siguen en debate. Se puede afirmar, porque incluso existe buena parte de los manuscritos, que Cervantes es el autor de las novelas, las obras de teatro, los entremeses y los poemas que llevan su firma. Existen ediciones príncipe y los ineludibles permisos políticos o eclesiásticos necesarios entonces para dar a la estampa una obra. Y es también notorio que la I parte de El Quijote llegó a Inglaterra y fue conocida por Shakespeare, pues según recientes investigaciones la obra Cardenio es una versión de un capítulo cervantino y constan al menos dos representaciones en 1613.
En cuanto a Shakespeare, su autoría sigue siendo objeto de controversias, pues en vida solo fueron impresas 16 de sus casi medio centenar de obras, siempre en contra de su voluntad, porque pensaba que su lectura vaciaría los teatros. Las demás se publicaron seis años después de su muerte, por parte de sus amigos y la compañía de teatro, que disponía de los guiones manuscritos de algunas y la memoria escénica de otras. Sin esta publicación póstuma, habría desaparecido más de la mitad de su producción, y se pudiera pensar que alguna de gran calado se perdió en el incendio que por entonces hubo en el teatro Globe y en la desmemoria de sus compañeros.
También se ha dicho que, teniendo en cuenta su vida pública de empresario y que no se le documentan grandes estudios, tal vez solo fuera un hombre de paja que servía de parapeto a un prócer que no deseaba aparecer como autor de comedias. En distintas épocas se ha dicho que el autor real fueron sucesivamente los condes de Derby, de Rutland o de Oxford, que son una creación colectiva de la compañía teatral o que incluso fueron escritas por el filósofo del empirismo sir Francis Bacon, por las concomitancias de la obra shakesperiana con su discurso.
Las razones por las que Shakespeare fue considerado un clásico universal desde unas décadas después de su muerte y a Cervantes tuvieron que venir del extranjero a descubrirlo para el mundo varios siglos después tal vez sean las mismas por las que este cuarto centenario es conmemorado en Gran Bretaña con amplitud, profundidad y hasta derroche, orgullosos de su gloria literaria, mientras que en España apenas hay algunos destellos improvisados y Cervantes es hoy más celebrado en el Reino Unido que en su propio país. Se me ocurre una explicación de Perogrullo, tan básica como certera: Shakespeare era inglés, Cervantes español. Lo que está claro es que estos dos genios que desaparecieron físicamente hace cuatro siglo son dos faros cuyo pensamiento nos ha hecho más humanos.
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