Hablemos, pues, de religión

Ya que estamos en una semana históricamente enclavada en asuntos religiosos, hablemos de religión. La clave de las creencias religiosas es la fe, pero ese es un sentimiento personal. Strictu sensu, hay varias definiciones del concepto «religión». Una de ellas re refiere al culto a la divinidad, los ritos y la veneración; otra dice taxativamente que es una obligación de conciencia. Una es la que exhibe signos externos, la otra guía las conductas. No son excluyentes, pero generalmente se da mucha importancia a la primera y poco se valora la segunda. Para no meternos en latinajos, etimológicamente significa «acción y efecto de atarse fuertemente con Dios». Si nos ceñimos a nuestro espacio, son judeocristianos hasta los ateos de nuestro ámbito histórico y cultural. Hubo un tiempo -casi toda la Historia- en que las religiones eran la única ley, y el poder se convertía en teocracia directa o indirectamente, y como el poder lo acomoda todo a su conveniencia, las interpretaciones religiosas a veces tienen poco que ver con el origen. Por ello, vayamos a las fuentes, en este caso los Evangelios, que contienen las palabras de quien es el Dios hecho hombre de todo el cristianismo. Y nada más, porque ya el resto de las fuentes son interpretaciones de los hombres, empezando por San Pablo. Y si la religión es atarse a Dios (Jesucristo), este nos dice:
«Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios». (Marcos 12:17, referido al poder).
«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. (Mateo 23:27, referido al boato y la hipocresía).
«Todo lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos». (Mateo 7:12, referido a la solidaridad)

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(El obispo Casaldáliga, Berta Cáceres y el Papa Francisco)

Bastaría con eso, y vernos en el espejo de personas como Berta Cáceres, asesinada en Honduras el 3 de marzo por defender la supervivencia de casi medio millón de indígenas que dependen del río Gualcarpe, como lo hizo su madre; su hija Laura ha tomado el testigo, y la muerte sigue amenazando desde las gran grandes corporaciones que buscan el beneficio inmediato hipotecando el futuro. Bastaría con leer esos cuatro Evangelios canónicos (muchos que asumen ser creyentes jamás los han leído), es un libro pequeño y ameno. Bastaría con seguir el rastro de cristianos como Monseñor Arnulfo Romero o el jesuita Ignacio Ellacuría en Centroamérica (ambos abandonados por el Vaticano y asesinados), o el obispo de San Cristóbal de las Casas en el mexicano estado de Guerrero, o el costarricense mediomabientalista Jairo Mora, atado a un coche y arrastrado 300 metros hasta morir. Bastaría con aprender de Pedro Casaldáliga, obispo catalán en el Mato Grosso brasileño durante casi medio siglo, defendiendo a los indígenas contra los madereros que se quedan con sus tierras y ahogan el pulmón amazónico del planeta. Bastaría con seguir la primera encíclica del Papa Francisco, Laudato Si, que defiende La Tierra porque eso significa defender al ser humano, y que fue asesorado por el obispo Casaldáliga, denostado y perseguido por pontífices anteriores. Bastaría dejar de adorar al becerro de oro, esa es la parte importante de la religión, la que es una obligación de conciencia.
Tendría sentido el gran boato de procesiones y cofradías si el Evangelio fuese el faro, y hubiese una mano tendida al otro. Pero cerramos fronteras, levantamos muros y miramos hacia otro lado cuando vemos a un indigente durmiendo en un soportal mientras nos dirigimos a visitar los siete sagrarios del Jueves Santo o a seguir devotamente el Viacrucis el Viernes Santo. Ya dije que el culto y la conciencia solidaria no son excluyentes, pero creo que hay entreguismo al César del poder y el dinero y demasiados sepulcros blanqueados. Por eso no debemos callar, está en Marcos 4:23: «El que tenga oído para oír, que oiga».

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