En el centenario de Rubén Darío

El 6 de febrero se cumplieron cien años de la muerte de Rubén Darío, un poeta que hizo dar una vuelta de campana a nuestra lengua y a nuestra literatura. El Modernismo es mucho más que una forma externa de hacer arte, y la literatura lo es. Al cambiar la manera decimonónica de acometer el lenguaje, incide en el pensamiento, y ya nada fue igual. Literatos posteriores que aparentemente están muy lejos del Modernismo, o que incluso lo combaten, trabajan con nuevas formas de escribir -y por lo tanto de pensar-, que surgen de la revolución formal que en nuestra lengua tuvo a Rubén como abanderado. rubennnn.JPGMuchas veces se acusa al lenguaje modernista de superficial y amanerado. Y lo es si lo miramos desde hoy. Pero nadie puede negar que cursilerías como sus quioscos de malaquita, sus bocas de fresa o sus mantos de tisú rompieron unos moldes anquilosados y dejaron paso a muchos -ismos que fueron nueva sangre literaria. Rubén hizo que se perdiera el miedo a las palabras y a las formas establecidas, fue un fogonazo que deslumbró a posteriores gigantes como Valle-Inclán, los hermanos Machado, Pedro Salinas o el cenital Juan Ramón Jiménez, que luego cada uno tomó su camino cada vez más lejos de Darío, pero también de los moldes inamovibles de antaño. Los indigenistas beben de su fuente (Ínclitas razas ubérrimas), y hasta el Canto General de Neruda es deudor de su Canto a La Argentina. Grandes poetas que lo admiraron (García Lorca), o que lo denostaron (Cernuda) pasaron por la puerta que él abrió. Y en medio de tanto artificio, también había no solo un innovador, también un poeta con un instinto casi adivinatorio, como puede verse en su Oda a Roosevelt (Theodore), que predice lo que será el siguiente siglo de dominio norteamericano:


«Eres los Estados Unidos,
eres el futuro invasor
de la América ingenua que tiene sangre indígena,
que aún reza a Jesucristo y aún habla en español».

Y, en defensa de lo hispano, se pregunta en Los cisnes:

«¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?
¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?
¿Callaremos ahora para llorar después?»

Si en otras lenguas se tiene a Whitman, Poe, Carducci o Verlaine como pioneros de un tiempo nuevo, en la nuestra es de justicia recordar a Rubén Darío en el centenario de su muerte, que es como evocar la estación de la que partió el nuevo tren de la literatura, que ya había agotado la energía del fulgurante Siglo de Oro.

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