Fulgor y vida de Osvaldo Rodríguez (*)

Este texto fue leído en el homenaje que tuvo lugar el 12 de noviembre en el Edificio de Humanidades de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, en el marco del homenaje que les fue rendido al Profesor Osvaldo Rodríguez y al poeta Arturo Maccanti, recientemente fallecidos.

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Querido Osvaldo:
Los que te conocimos en esta isla siempre supimos que te sentías canario, y viviste y actuaste como un canario de los mejores. También sabíamos que nunca dejaste de ser Chile, esa cueca larga trazada de volcanes desde Atacama al cabo de Hornos. Canarias fue la California a la llegaste huyendo de la tiranía, buscando el oro de la libertad, como un Murieta que cabalgaba el idioma y que, al contrario que el que se hizo verso en la pluma del poeta de Temuco, desconocía el significado de la palabra venganza. Tu venganza era la amistad, el sosiego, el trabajo, la convicción de que siendo chileno serías mejor canario, la seguridad de que entregándote a Canarias harían un Chile más luminoso. Y lo conseguiste, galopando siempre los versos del hombrón de Isla Negra, el que en su casa tenía mascarones de proa que recitaban sus versos y tu historia:
osvaldo 1.JPG«Venía de la cordillera de piedras hirsutas,
de cerros huraños,
del viento inhumano.
Traía en las manos el golpe aledaño
del río que hostiga
y divide la nieve.
Y lo traspasaba aquel libre albedrío,
la virtud salvaje
que toca la frente.
Y sella con ira, limpieza el orgullo
las graves cabezas
de los indomables.
Qué grande el destino
en actas de fuego,
de fuego y pureza…»

Llegaste, Osvaldo, a la vida de muchos de nosotros cuando empezábamos a contar historias con palabras. Y el fiel devoto de la poesía se dio cuenta de que entonces quien de verdad estaba necesitada de amigos y voceros era la narrativa, y especialmente la novela. Pusiste tu voz y tu sabiduría poética y chilena como alfombra para que la narrativa estuviera tan presente como siempre estuvo la poesía. Y hablabas de aquel poético y narrativo Canto General que no perdías de vista:
osvaldo 4.JPGY nacerá de nuevo esta palabra,
tal vez en otro tiempo sin dolores,
sin las impuras hebras que adhirieron
negras vegetaciones en mi canto…»

Y como el Murieta generoso que siempre fuiste:
«Ni sed ni serpiente acechante detienen sus pasos.
No pudo la noche nevada cortar su pisada…»

Fueron unos años vibrantes. Chile se convirtió con tu amistad en un barrio de Las Palmas. Creció nuestra narrativa y nuestra universidad, y el abono de tu palabra no fue ajeno a esa floración. Siempre ahí, sin alterar la voz, mirando con la sabiduría del que intuye lo que hay después del recodo, alumbrando el camino, advirtiendo de los peligros, jaleando a los rezagados. Fuiste en cada momento lo que se necesitaba que fueras, en un acto de humano servicio intelectual que hoy echamos de menos, aunque nos queda la memoria de tu aliento, Osvaldo Rodríguez, linterna poética de los narradores, antorcha en la memoria de los poetas.
Pero un día llegó el aviso de desahucio de la vida, vencía el momento de «residencia de La Tierra» que también te escribió el poeta que montó una vez un Caballo Verde:

»
El día de los desventurados, el día pálido se asoma
con un desgarrador olor frío, con sus fuerzas en gris,
sin cascabeles, goteando el alba por todas partes:
es un naufragio en el vacío, con un alrededor de llanto.
Porque se fue de tantos sitios la sombra húmeda, callada,
de tantas cavilaciones en vano, de tantos parajes terrestres
en donde debió ocupar hasta el designio de las raíces,
de tanta forma aguda que se defendía
«.

Y como chileno, partiste un 2 de febrero, que aquí celebramos la Candela y en Chile se recuerda la firma del acta de Independencia. Te fuiste el día que nació Chile, casi por sorpresa, porque todos esperábamos que siguieras siendo durante mucho tiempo lo que siempre fuiste: Imprescindible.
osvaldo 2.JPGY no prescindimos de ti, ni de la poesía, ni de Canarias, ni de Chile, ni de la novela, porque todo eso sigues siendo tú: socio fundador de un tiempo nuevo que durará decenios. Por eso sé que sigues por ahí, mirando páginas en construcción desde la grupa del caballo inmortal de Murieta:
«Galopa… Galopa…
Le dice la arena…
Galopa… Galopa…
Le dice la luna…»

Galopa, galopa, montado en el caballo verde del poeta de Isla Negra, recorriendo la California de la libertad, de la resistencia, la California del jinete Murieta de la palabra, vigilando desde el tranco de Rocinante, el jamelgo quijotesco que nos iguala en la rica diferencia de millones de voces. Galopa, Osvaldo, te lo dice la luna, te lo dice la arena, y te lo dice un hombre que cree en la memoria y en la poesía.
Querido Osvaldo, siempre estarás entre amigos.

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