Desde que tenemos constancia, se han compuesto loas a personajes poderosos, a hechos memorables y finalmente a los sentimientos colectivos. Con el tiempo, surgieron los himnos patrióticos, que trataban de representar a todo un pueblo. Generalmente, los himnos son solemnes, grandilocuentes y chauvinistas. Durante las guerras garibaldinas de unificación italiana los combatientes y el pueblo se enardecían con el Coro de los esclavos de la ópera Nabuco, cambiando «Va pensiero» por «Mía Italia». Hay himnos muy regios como el británico y de una calidad sinfónica incontestable como el alemán. Pero de todos, el himno más conocido es el francés, que en contra de lo que se cree no es un cántico popular de la Revolución Francesa, sino un encargo en una década posterior para alentar a las tropas durante la guerra de Francia contra Austria. El París ocupado por los austriacos fue liberado por unos soldados que venían de Marsella; entraron cantando su canción y los parisinos la rebautizaron por ello como La Marsellesa. Enseguida se convirtió en el himno de Francia, y siglo y medio después en el estandarte musical de quienes se oponían a la ocupación nazi en toda Europa. La cantaban no solo los franceses de la Resistencia, también los partisanos italianos y griegos, y se cuenta que cuando eran liberados soldados aliados en campos de concentración salían cantando La Marsellesa, fuese cual fuese su nacionalidad.
Esto deja muy claro que esa música tiene algo que actúa en alguna zona sensible del cerebro y enardece a las masas. Lo hemos visto en muchas películas, especialmente en la escena de Casablanca en la que el personaje del resistente manda detener la orquesta del café para entonar el himno francés contra los cánticos guerreros de los soldados alemanes de la ocupación. Y eso lo saben quienes ahora usan La Marsellesa para crear ese ambiente patriótico de brillantez guerrera como en un poema de Rubén Darío. Cantan La Marsellesa mientras abandonan el estadio la noche de los atentados, también junto al parisino monumento a La República, los parlamentarios reunidos en Versalles en una foto digna de un cuadro de Delacriox, y hasta los ingleses, seculares enemigos de los franceses, cantaban La Marsellesa en el estadio de Wembley antes de un partido de fútbol. El sonido, las luces, el coro de decenas de miles de personas conducen a la emoción, y en ese momento se ve la guerra como un hecho majestuoso, brillante, deseable, y se olvidan de que la guerra es muerte, miseria, sufrimiento y dolor. Iban a cantarla también en el partido que fue suspendido en Hannover (habría sido muy paradójico escuchar a una gran masa de alemanes cantando un himno que fue compuesto contra ellos por su enemigo en una guerra lejana). Luego vienen los discursos, los diputados con la banda tricolor y los medios afines posicionándose para hablar de lo que ellos llaman una guerra justa.
Nada es inocente, no lo fue La Madelón ni más tarde Lilí Marlenne. Tampoco lo es La Marsellesa, que debe contener algún elemento que la hace muy atractiva y generadora de emociones patrióticas, porque al contrario que La Internacional, representa a todas las clases sociales, y habla de ese concepto tan polisémico e interpretable que llamamos libertad. Están jugando con «el efecto Casablanca«. Los himnos y las banderas quedan muy bien en los desfiles, pero, cuidado, la guerra es uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis.
Los himnos, las banderas son puros signos, se pueden utilizar con distintos significados en cada momento. Además emocionan y enardecen y conducen a actuaciones irracionales, sin razón. Todas las banderas deberían confeccionarse con gasas, mortajas y vendas, cosidas con hilo de sutura y pintadas con yodo y mercromina para que nos recuerden a todos los daños que han causado a la humanidad. Bandera tiene el mismo origen semántico que bandolero, bandido, banda armada.
¿Nada es inocente?, no estoy de acuerdo, en todo hay malicia e inocencia, en todo lo humano se mezclan lo innoble y lo noble, lo torpe y lo certero, lo insensato y lo sensato, lo desafortunado y lo afortunado. Los acontecimientos personales y colectivos no se explican desde una perspectiva única y simple, cualquier decisión es una superposición de juicios, prejuicios y emociones, sobre un fondo de incertidumbre y suerte. Por ejemplo, imagine Ud. a François Hollande, ese hombre estará en estos momentos obligado a tomar decisiones urgentes, entre tiroteos, nerviosismo, confusión y miedo, decisiones más o menos atinadas, improvisaciones entre protocolos cuidadosamente estudiados de antemano, estará aconsejado y asesorado por toda clase de personas, más o menos eficientes, y en ese caos también habrá sitio para intereses de toda calaña; ese hombre está obligado a responder ante su pueblo, sus pensamientos se debatirán entre la grandeza de su cargo y su pequeñez humana, su prudencia intentando abrirse paso en medio de sus virtudes y sus defectos, sus aciertos y sus errores… y de fondo sonando la Marsellesa, ese himno eficaz y prodigioso, capaz de llegar hasta las profundidades donde habitan los instintos, ese himno capaz de incendiar las emociones de los que se siente llamados por él; no me gustaría estar en su pellejo, su pueblo presa del pánico por una plaga de ratas rabiosas, mortalmente peligrosas, y el fantasma de la Guerra, como un flautista de Hamelín, tocando la Marsellesa; ya se encargará la Historia de juzgar la cadena de decisiones que se vayan tomando ahora, si se tuvo buen tino para escoger entre lo malo y lo peor, en cualquier caso la Muerte siempre saldrá vencedora.
¿Es la guerra? Hay expertos que dicen que esto no es una guerra, se arman de barrocos tecnicismos para defender el paraíso del derecho. Imagino una aldea humeante y llena de cadáveres tras una incursión vikinga o berberisca, imagino a un sereno togado explicando a los pálidos aldeanos que eso, técnicamente, no es una guerra, que no enviarán barcos tras ellos sino una enérgica repulsa. Supongo que ante un odio tan extremo y mortal, agazapado a la espera de dañar y matar todo lo posible y hasta capaz de poner de acuerdo a todas las naciones, no será fácil encontrar la medida adecuada entre la tibieza y la rabia. Los ciudadanos nos ponemos a discutir las cuestiones éticas y políticas que se plantean igual que los aficionados de fútbol charlan sobre la alineación de su equipo; es fácil juzgar los acontecimientos desde la tele y la distancia, desde donde todo parece una película, no será lo mismo que estar sobre el terreno de la crisis, en un despacho, rodeado de gente con la gravedad marcada en sus rostros y que esperan una respuesta que decide sobre la vida y la muerte.
¿Qué es la Libertad?, la Libertad soy yo, D. Emilio… bueno y Ud. también es la Libertad; la Libertad es un privilegio existencial, individual, está dentro de uno mismo, es el espacio interior donde vuela nuestro pensamiento, nuestro pájaro de Libertad, la verdad que somos, la única pertenencia de la persona, la que únicamente nos puede arrebatar la Muerte. Como idea colectiva la Libertad se intuye o desea, pero no existe, su perímetro se define confuso en el conflicto entre individuos y se sujeta a las ligaduras físicas, biológicas y sociales que nos impone el mundo, no existe porque es indefinible de manera unívoca, a lo más podemos reducirla a un acuerdo, convenio, consenso, a un noble monumento al Respeto entre individuos. La Libertad la ha elegido Ud. para ilustrar esta entrada, la heroína de esa escena épica y ambigua, porque bien podría ser el fantasma de la Guerra conduciendo al pueblo, o la mismísima Muerte disfrutando de una generosa cosecha. Pero no me negará, D. Emilio, que es una escena fascinante a pesar de su dramatismo, no me negará que despierta sentimientos hermosos de justicia, igualdad, de noble heroísmo… qué peligro, qué peligro tras esos bellos cantos de sirenas; en ese cuadro conviven el sacrificio y el sufrimiento con los más nobles anhelos y esperanzas del Hombre; es un gran cuadro para reflexionar sobre nuestras suspicacias y no olvidar que disfrutamos de un mundo, cimentado sobre esa alfombra de cadáveres, que ha ido haciéndose consciente, pasito a pasito, de la dignidad del ser humano, de su libertad individual y su derecho a ser cada vez más feliz.
Es muy interesante lo que reflexionas. Yo solo quise llamar la atención sobre las propiedades casi mágicas del himno francés, que como todo instrumento puede ser utilizado bien o mal. ¿Estar en la piel de Hollande? Buf, no quisiera, y por eso me asombra la displicencia de mucha gente que tiene todo muy claro, como si solo hubiera que sumar dos más dos. Es todo de una gran complejidad, y nunca sabremos qué hubiera pasado si… Solo se vive una vez. Gracias por participar en mi blog.
Siempre que oigo la Marsellesa, me gusta, sí, pero… ¿su autor no fué guillotenado por sus propios compatriotas?
No, fue compuesta después de la revolución, hacia 1792 o por ahí, para alentar a un regimiento marsellés en la guerra contra Austria. De ahí su nombre. Lo que un siglo después la orquestó nada menos de Berlioz.