La Iglesia Católica es el aparato político más acomodaticio que se ha inventado, y aunque su poder temporal no supera el medio kilómetro cuadrado, su influencia da la vuelta al planeta siete veces y dieciséis siglos. Esto comenzó en el siglo IV, cuando Constantino proclamó que el Cristianismo era la religión oficial del imperio, y se empezó a mezclar religión con política. En el siglo VIII el Papa Esteban II pidió protección a Pipino el Breve, rey de los entonces poderosos francos y padre del todavía más poderoso Carlomagno. El Papa consagró a Pinino como emperador en la iglesia parisina de San Denis y a cambio consiguió el dominio político de Roma y territorios anexos. Desde entonces, los monarcas cristianos siempre buscaban la bendición papal, y a cambio La Iglesia tendría amplios privilegios en sus reinos. Esta alianza cercana a la teocracia (un poder político apoyado en un poder religioso) fue lo normal en toda Europa durante la Edad Media, que se hizo casi natural por la amenaza del Islam, aunque siguió siendo así en los estados católicos del sur podríamos decir que hasta hoy mismo, pues a nadie se le esconde el enorme peso de la Iglesia Católica en países como Portugal, Polonia o Italia.
¿Y España? Todo se resume en que la Edad Moderna comienza con los Reyes Católicos, que expulsaron a los musulmanes y a los judíos, y se remacha con su nieto Carlos, que fue el brazo armado de Roma en las guerras de religión contra los luteranos. Luego ya todo fue igual con Austrias, Borbones y hasta Saboyas. Y sigue ahí, resistiéndose a ser lo que debiera ser, una creencia religiosa bien separada de lo que es un estado democrático contemporáneo. Son de triste memoria la connivencia de la jeraquía eclesiástica española con la derecha más rancia, las homilías del Cardenal Gomá, las pastorales del Cardenal Segura y así hasta hoy, con luminosas excepciones como el Obispo Pildáin o el Cardenal Tarancón, que siempre anteponían la justicia, la convivencia y lo humano sobre la política.
Hablaba al principio de la capacidad camaleónica de la Iglesia, siempre arrimada al poder o a intereses partidarios dominantes, recordando los ejemplos anteriores durante el franquismo o a Monseñor Setién en Euskadi en la época más dura de ETA. Ahora, cuando estamos a horas de unas elecciones autonómicas muy raras en Cataluña, nos encontramos con que el Cardenal Cañizares, arzobispo de Valencia, llama a una vigilia el viernes para rogar por la unidad de España. En el otro lado el obispo de Solsona, Monseñor Xavier Novell, que con 45 años es el prelado más joven de la Conferencia Episcopal, llama a votar la candidatura independentista de Artur Mas y sus socios. Ha pedido que repiquen las campanas el domingo desde muy temprano para que los catalanes vayan a votar lo que él les pide porque dice que ha sonado la hora de la libertad. Es la misma Iglesia, y por lo que se ve vale para una cosa y la contraria, según sople el viento. Luego dicen que uno es muy crítico, pero es que hay cosas que, nunca mejor dicho, claman al cielo.
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