Hace 23 años, la literatura infantil y juvenil escrita en Canarias era un desierto apenas interrumpido por un par de nombres pioneros. Los autores se retraían a la hora de entrar en el género, no sé si por las escasas posibilidades de publicación o porque en muchos casos tal vez pensaran que escribir para niños y jóvenes es hacer literatura menor, por mucho que les hablara de Andersen, los Hermanos Grimm o Mark Twain. Había que hacer una operación de choque que tuve la fortuna de coordinar. A partir de la creación de la Biblioteca Infantil Canaria, empezaron a surgir colecciones y finalmente se normalizó este sector de la literatura; hoy contamos con un corpus de varios cientos de títulos de todas las islas. Para un desembarco de esta envergadura, contamos con César Manrique, autor de los diseños de los libros dedicados a las tres franjas de edad que respondían a los nombres de Chinijo, Guayete y Galletón.
El día 25 de septiembre de 1992 minutos antes de abandonar su Fundación en Tahiche, el artista lanzaroteño dio los últimos retoques a los diseños y me llamó por teléfono para decirme que me los daría en mano en Las Palmas. Colgó el teléfono y subió a su coche. Fue entonces cuando tuvo el accidente que le costó la vida; en el maletero estaba lo que ya sería su último trabajo, dedicado a los niños y niñas de Canarias, que realizó desinteresadamente porque vio la necesidad de dar un empuje y se sumó sin reservas. Probablemente fui una de las últimas personas que habló con él y guardo en la memoria el entusiasmo por el proyecto que destilaban sus palabras. Hoy, 23 años después, cuando la literatura infantil y juvenil está normalizada en Canarias y es un género valorado y respetado, conviene no olvidar a uno de los que con su entusiasmo y su trabajo ayudaron a iniciar el proceso.
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