El dispar valor de la vida humana

Hace ya muchos años, alguien que conocí trabajaba en un hospital de un país no europeo, cuyo nombre omito para evitar ideas prejuiciosas, ya que no se trata de un país pobrísimo o en guerra; digamos que de tipo medio. Cuando venía de vacaciones, me hablaba de sus largas jornadas como residente en un hospital público de la capital, y comentaba la diferencia de actitud con que se enfrentaban tanto médicos como pacientes a la posibilidad de la muerte. Según contaba, se tomaban decisiones asumiendo riesgos que en España tendrían que pasar varios filtros administrativos, técnicos, deontológicos e incluso judiciales antes de actuar.

zsaloonimagen.JPGEn definitiva, tuve la impresión de que allá se valoraba la vida en menos, aunque esa persona parecía haber tomado partido por aquella manera de enfrentarse a las cosas y venía a decir que en España nos habíamos vuelto unos blandos. Yo entendía que aquella era una medicina técnicamente a la altura de lo más avanzado, en un país con ideas del siglo XIX. La muerte era un asunto cotidiano, y formaba parte del juego social, como en la Europa decimonónica, en la que batirse en duelo o morir de parto era lo más normal del mundo. Es evidente que en la España del comienzo de la nueva etapa democrática los valores eran otros, más cercanos a la consideración que tenía la vida en Suecia, Francia o Gran Bretaña, no así en Estados Unidos, donde sigue presente el aliento fatalista de los inmigrantes europeos, de los vaqueros, de los cazadores de búfalos y de los pioneros. En España, la vida humana era un valor supremo, y en lugar de habernos ablandado lo que estaba ocurriendo es que se estaba avanzando. Muchos años después, observo que, salvo por el miedo a problemas judiciales o con las compañías de seguros, la vida humana ha perdido en España aquella máxima valoración que entonces tenía, y ya los muertos forman parte de espectáculo, sea en naufragios de pateras infames, en atentados fanáticos, en guerras que nadie sabe cómo resolver o en hambrunas inmisericordes. Son las noticias que vemos después del «Y tú más» político y antes de los deportes. Pero ya no son solo los muertos lejanos los que se aceptan con normalidad, también los cercanos: accidentes de tráfico, los siete que han caído en los encierros taurinos veraniegos (cosas de las fiestas), los casos escalofriantes del terrorismo machista e infanticida… Si esos ya son solo gacetillas en los noticiarios, los ancianos y discapacitados que se convierten en olvido o los que han fallecido a causa de los recortes es que ni se tienen en cuenta. Creo que en España hemos llegado al punto en el que la vida humana vale menos que la del pianista de un saloon de un poblacho de buscadores de oro en el Klondike en medio de un tiroteo. Casi mejor ser un león en Zimbabue.

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