El 26 de abril es una fecha con dos caras, una muy oscura que nos recuerda el bombardeo de Guernica en 1937, la primera bomba de hidrógeno en el atolón de Bikini o el accidente de Chérnobil (este día parece tener una fijación nuclear), y otra muy luminosa que nos recuerda que 1924 y 1931 fueron publicados El proceso de Kafka y Las olas de Virginia Wolf, aunque no fueran precisamente obras optimistas. Pero un libro siempre es una buena noticia, y ya que hablo de escritura y estamos en época de celebración del libro, me encuentro con que esta jornada tiene una referencia que es a la vez negativa y positiva, puesto que en una decena de países de América (en otros tantos la celebran en otras fechas) hoy es el Día de la Secretaria, una conmemoración muy curiosa y con claros tintes machistas, que tiene su origen en que fue un 26 de abril cuando, según la leyenda, la norteamericana Liliam Sholes utilizó por primera vez el prototipo de máquina de escribir que había desarrollado su padre, Christopher Sholes, inventor oficial del ingenio. Como la mayor parte de los inventos, siempre hay antecedentes, pasos y avances que van aportando detalles y resolviendo problemas hasta que finalmente se convierte en útil. Con la máquina de escribir ocurrió también, y hay distintas referencias de intentos desde al menos un siglo antes de ese 26 de abril de 1872 en que fue posible teclear directamente un documento en tipografía de imprenta. Su inventor vendió la patente a E. Remington, afamado fabricante de armas y máquinas de coser, que comercializó el artilugio y lo fue perfeccionando en sucesivas modificaciones, hasta que en 1878 consiguió el estándar que hoy conocemos y cuya disposición de teclado sigue siendo la que hoy tienen los modernos ordenadores.
Muy pronto el aparato llamó la atención de los escritores, que a menudo tenían muchos problemas con los editores porque estos no entendían bien su caligrafía e imprimían palabras distintas a las escritas con pluma. Al ser un invento norteamericano, los primeros en acercarse fueron los autores de allí, y parece ser que está generalmente aceptado que fue Mark Twain el primer escritor de prestigio que creó literatura en máquina de escribir, y el libro que se certifica como el pionero es La vida en el Mississippi, un volumen de memorias, puesto que ya sus más afamados relatos habían sido publicados mucho antes. Ocurrió lo mismo con León Tolstoi y Lewis Carroll, que se incorporaron a la mecanografía a finales de la década de 1880, y escribieron a partir de entonces sus obras mecanográficamente (Tolstoi dictaba a su hija), aunque, igual que Tom Sawyer, Alicia, Anna Karenina y Natasha Rostov habían nacido con letras escritas a mano antes de la comercialización del nuevo aparato. Mientras los escritores norteamericanos aceptaron casi de forma general la nueva manera de escribir, los europeos fueron más reacios. Pensemos que, por ejemplo, nuestro Galdós, podría haber mecanografiado la mayor parte de su obra, puesto que comenzó su actividad literaria por los mismos años en que se comercializó la máquina de escribir. El que se entusiamó con este avance hasta casi la obsesión fue el filósofo Friedrich Nietzsche, y en su caso sí que mecanografió dos de sus obras más cruciales: Así habló Zaratustra y Más allá del bien y del mal. Truman Capote decía de las malas novelas que eran solo mecanografía, aunque también lo son las buenas. Finalmente, el 26 de abril, con luces y sombras, tiene mucho que ver con la escritura literaria y filosófica aunque, todavía hoy, siga habiendo autores que, al menos en primer borrador, escriban a mano.
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