Hablaba esta tarde con unos amigos de un tal Miguel de Cervantes, que publicó una colección de 12 novelas que en principio se llamaron Novelas ejemplares de honestísimo entretenimiento, que pronto vieron reducido el título genérico a las dos primeras palabras. Aunque ya con pequeña extensión se había publicado en España nada más y nada menos que El Lazarillo de Tormes, el género de la novela corta se hizo muy popular en Italia en la segunda mitad del siglo XVI, y podemos decir que fue Cervantes quien lo introdujo en nuestra lengua. Las llamó ejemplares porque son moralistas, pero lo más interesante es que aparecen diversos modelos (en eso también son ejemplares), pues hay de todo: amorosas, moriscas, pastoriles, picarescas, e incluso aparecen elementos que, siglos después, darían lugar al género fantástico. Se suele tomar a esta serie como cosa menor pues la sombra de El Quijote lo oculta todo (también su teatro y su poesía), pero no es aventurado decir que, si Cervantes no hubiera escrito El Quijote, también sería una gran figura del Siglo de Oro.
Y traigo hoy aquí a don Miguel después de ver el espectáculo callejero alrededor de Rodrigo Rato, el circo de tres pistas que fue la sesión de constitución del Parlamento andaluz, la desidia alrededor de un barco hundido cargado de fuel y el teatro del absurdo que es el retablo nacional. Nuestro país se ha convertido en el patio de Monipodio, espacio que aparece en Rinconete y Cortadillo, una de esas Novelas ejemplares, estampa de una sociedad donde reinaban el timo, el fraude, la estafa y el engaño. Por lo visto, más de cuatro siglos después, seguimos en la misma España de los pícaros, y como dice uno de los personajes de la citada novela cervantina «No se puede ser bueno y malo a la vez». Cervantes nos asista, Rinconete.
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