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El machismo contraataca


Es innegable que se han dado grandes pasos en la lucha por la igualdad de la mujer, desde los movimientos sufragistas que comenzaron hace más de un siglo hasta la revolución sexual que siguió a la píldora anticonceptiva en los años sesenta. Y aún antes, en un ir y venir de siglos, pues se olvida con facilidad que la emperatriz Teodora (siglo VI) impulsó en Bizancio leyes que trataban de sacar a las mujeres de ese pozo histórico de desigualdad. Hubo otros intentos, pero luego venía otra ley, otra cultura u otra religión que los anulaba. Hay por ahí prospecciones que dicen que la mujer alcanzará su equiparación social absoluta al hombre dentro de quinientos años. En algo más tangible, los salarios, la UE han retrasado esa igualdad hasta 2038, alegando que la crisis ha obligado a cancelar el propósito de que fuera en 2021. Si en esa culta y sofisticada Europa la desigualdad salarial (y otras desigualdades) es un hecho aceptado y que se perpetúa, qué decir del resto del mundo, donde hay sociedades en las que las mujeres no alcanzan la consideración de ciudadanas. Culturas centenarias, religiones, costumbres atávicas y la inercia del poder masculino se juntan para que en una época con medios nunca imaginados la mujer siga siendo una minoría discriminada.
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(Tres mujeres por la igualdad de sexos: La emperatriz Teodora, Clara Campoamor y Simone de Beauvoir)
Queda mucho por hacer, porque el escollo principal es el cambio de mentalidad de la sociedad, incluso de buena parte de las mujeres. Hace apenas una década creíamos que en las sociedades occidentales el trabajo de sorriba ya estaba hecho y faltaban los detalles, los matices, pero ahora vemos que no es así, que hemos retrocedido, y aunque soy poco proclive a creer en conspiraciones, da que pensar ese resurgir del machismo a menudo contemplado en algunos medios de comunicación como un chiste. No hay vuelta de hoja, y con la crisis se ve claramente que la mujer es la más perjudicada. Me da grima escuchar a esos líderes que se llenan la boca con sus discursos de igualdad que luego no se traducen en hechos, y vergüenza ajena las mujeres con poder, que desde sus privilegiadas poltronas justifican lo injustificable. El machismo utiliza todos los medios a su alcance, desde la brutalidad más aberrante hasta la sofisticación de las modas y la imagen. Hay un machismo atroz a ritmo de vals vienés, que no lo parece pero que finalmente es el mismo que el de los trogloditas del garrotazo. Hay ahora en cartel un película de mucho éxito (antes fue fenómeno editorial) que propone el sadomasoquismo sobre la mujer. Siempre lo mismo, una y otra vez, cuando no es el Marqués de Sade es la Historia de O. Nos movemos entre el desaliento y la esperanza que nos empuja a seguir subiendo esa milenaria piedra de Sísifo por la ladera de la historia. No es día para felicitar a las mujeres, sino para tomar conciencia de que nunca habrá felicidad en una sociedad desigual. Y ponerse manos a la obra.

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Cupo de papafritas y cantamañanas

El cantautor, poeta, humorista y vividor impenitente Facundo Cabral se encomendaba a su abuelo para decir que a nada tenía más miedo que a los pendejos, y aunque el abuelo era coronel afirmaba que es un frente imposible de cubrir, porque son muchos y cuando votan hasta eligen al presidente. La palabra pendejo aplicada a una persona tiene muchos matices en todo el ámbito de la lengua, pero en nuestro espacio podríamos hacerla equivaler a imagenpapafrita.JPG«persona que cree que lo sabe todo, que lo merece todo, que puede conseguirlo todo sin esfuerzo y por consiguiente minusvalora o incluso desprecia cualquier cosa que hagan los demás, y trata de hacer creer que si él o ella no lo ha hecho es porque no se lo ha propuesto, pero desde que se ponga lo hará y mejor que nadie». Larga definición, pero es que se trata de un especimen muy complejo. Por aquí no circulan los términos pendejo-pendeja, pero solemos usar algunas palabras que significan lo mismo, que empezaron por ser malsonantes y han derivado en graciosas; no son exactamente sinónimas, aunque todas son de las familias de las pendejadas y suelen tener distintos grados de estulticia, ignorancia, mala fe o cualquier otra característica. Me refiero a soplapollas, bobomierda (todo junto), pollaboba, «enterao», membrillo y muchas más, dependiendo de la zona, del grado o de la especialidad pendejal de la criatura, sin olvidar las ya muy aclimatadas importaciones peninsulares soplagaitas y gilipollas (las gente de orden suele usar gilipuertas, y en el colmo de la pendejada hacen un spanglish y dicen giligate). El caso es que están por todas partes, y a uno se le va acabando la paciencia porque, después de aguantar tanta pendejada trata de blindarse, porque, a estas alturas, mi cupo de papafritas y cantamañanas (otras palabritas del gremio) está completo.

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Genios, ganadores y perdedores

El novelista -y sin embargo amigo- José Correa dice que el ganador del Tour de Francia necesita de todos los corredores que llegaron detrás de él, incluso del último, porque son ellos los que hacen que su triunfo sea meritorio. Si corriera solo no tendría gracia. Esto pasa en todas las actividades en las que por diversas causas se establecen rangos, y tiene que haber de todo para que se note la diferencia de lo que supuestamente está por encima. La palabra genio tiene acepciones caracteriales e intelectuales en el diccionario de la RAE, y en psicología es el máximo estadio cuando se aplica al CI. imagenaladin.JPGKant decía que la genialidad consiste básicamente en la habilidad para comprender por sí mismo conceptos que normalmente tienen que ser transmitidos por otra persona, y suele producir ideas originales e inimitables. Si tomamos al pie de la letra esa definición, cualquiera produce genialidad, porque llega solo a conclusiones no aprendidas, aunque ya estas ideas existan previamente y él las desconozca. En resumidas cuentas, nunca he creído en genios, porque los genios son de humo, salen de una lámpara, miden diez metros y al instante materializan cualquier cosa que Aladino le pida; como chasquear los dedos. Y eso nunca ha sucedido. Todos los llamados genios han sido personas inteligentes como un gran talento (no es lo mismo inteligencia que talento) y una insobornable capacidad de trabajo que les ha permitido aprender de sus errores y llegar a resultados luminosos. Para que eso sucediera hicieron falta también aquellas personas que, con menos inteligencia y menos talento, trataron de alcanzar resultados sin conseguirlo. Y siempre hay que contar con la suerte (estar en el momento exacto en el sitio justo). No hay ganadores sin perdedores, aunque a estos luego nadie los recuerde, pero que si no pedalearan en la misma dirección nunca el triunfador subiría al podio de los Campos Elíseos luciendo el maillot amarillo. Así de dura es la supervivencia y la evolución humana.