Juancho, o el fatum inexorable

Vine al Pleamar de Canarias7 porque me dijeron que acá se hablaba hoy de JJ Armas Marcelo, un tal Juancho, al que el martes 17 de marzo le entregan el Premio Francisco Umbral al Libro del Año 2014 por la novela Réquiem habanero por Fidel. Este premio consagratorio en realidad no es una gran novedad, se veía venir, podía haber sido hace tres libros o dentro de tres; eso da igual, porque el autor es desde hace mucho tiempo el más mestizo de todos los escritores en español. Me han pedido que diga algo que solo yo sepa de Juancho; trataré de hacerlo, aunque sé que es una empresa destinada al fracaso porque Juancho es Juancho, aquí, en Comala y en Macondo.
aaaimagenjuancho1.JPGCuando conocí a JJ Armas Marcelo, él ya era Juancho. Yo creo que nació Juancho aunque no lo hubieran bautizado como al Bautista. No es que respondiera, como es usual, a un alias emanado de su propio nombre (Juan Jesús, por cierto, no Juan José como suelen errar), era Juancho, persona y a la vez personaje, que ya era tal cual es hoy aunque fuera entonces un joven soñador. Las personas suelen ir tallando su imagen poco a poco, a empujones del carácter, la personalidad y la vida. En realidad esa imagen depende muchas veces más del exterior que de la voluntad propia. Con Juancho no sucedió así, salió del molde totalmente completado, y el esmeril, la pintura y el salitre no han conseguido hacer variar esa simbiosis de persona, personaje y destino.
Aquel osado y visionario veinteañero ya denotaba con su sola presencia que, como en la mitología clásica, su camino estaba trazado por el fatum, esa fuerza misteriosa que determina el destino de las cosas a través de los hombres; solo con verlo se sabía que su rumbo estaría jalonado por el sufrimiento, la lucha, la derrota y la gloria, como un Odiseo que regresa siempre a la misma Ítaca, la literatura. No éramos capaces de verbalizarlo entonces, pero algunos sabíamos que daba igual las veces que Penélope tejiera de día y destejiera de noche; aquel JJ Armas Marcelo tendría que cumplir el inexorable destino de ser Juancho. Ya entonces había empezado el viaje a Ítaca. Y ese viaje pasaba por toda la cuenca del Atlántico y del Pacífico. Aunque entonces físicamente nunca había pisado el oeste del viejo meridiano cero de Orchilla (La raya de Nicolás Melini), ya estaba en la sabiduría de Alfonso Reyes, en la religión literaria de Vargas Llosa, en el resplandor de Cortázar, en la entonces novedad apabullante de Gabo. Hablaba de literatura y editaba libros de otros, pero no decía que estuviera escribiendo él mismo aunque seguramente lo hacía desde siempre. Se peleaba por lo civil con el provincianismo inamovible y por lo militar con un consejo de guerra de opereta. Así eran entonces las cosas.
aaaimagenjuancho3.JPGCuando vi su primera novela en las librerías no me sorprendió, la implacable maldición del Olimpo tenía que cumplirse. Y se fue cumpliendo mientras Juancho iba quemando naves, perdiendo batallas y ganado vida, enganchado al único banderín patrio que conoce, el de la literatura en español. La travesía es muy larga, agotadora, y hay singladuras extenuantes, otras festivas. En el tránsito baja al infierno a hablar con el profeta Tiresias, que le confirma que Penélope sigue tejiendo y destejiendo porque sabe que él llegará. Cosecha victorias cuyo eco no se repite en Ítaca, pero los naufragios retumban en los oídos de la tejedora, que sabe que estos también forman parte del camino. Honores, medallas, galardones y respetos van guiando la proa hacia la Estrella Polar. Ninguno me sorprende, porque, mientras caminaba hace décadas junto a él, podía leerlo en la sombra que proyectaba aquel joven sobre la acera de la calle León y Castillo de Las Palmas de Gran Canaria, mucho antes de que tocara su primera playa. La travesía pasa por el puerto limeño del Callao, la terraza del café Gijón, la neoyorkina calle 49, el Tigre porteño o la playa de Las Canteras. En cada puerto saben de Juancho, saben por Juancho, entienden que Juancho no es el apodo familiar en que lo cotidiano convirtió el nombre de JJ Armas Marcelo; Juancho es la literatura en movimiento, un Odiseo condenado por los dioses a contar y a leer, y volver a contar sin tregua.
Años después, frente al pelotón del Premio Francisco Umbral al Libro del Año, a Juancho le otorgan el galardón más deseado, el que certifica de una vez por todas que su literatura es un camino sin retorno. Aun con el estruendo, algunos tratan de compensarlo con el silencio. Es inútil, ya había demasiado ruido antes de este premio, la novela Réquiem habanero por Fidel (Alfaguara. 2014) se escuchaba en todo el ámbito de la lengua. No importa que Circe grite o que las sirenas enmudezcan. Odiseo ha llegado, con laureles y cicatrices como corresponde a un guerrero, y ya Penélope no tendrá que destejer nunca lo tejido.
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Este trabajo fue publicado el domingo 15 de marzo en el suplemento Pleamar de la edición impresa del periódico Canarias7 de Las Palmas de Gran Canaria.

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