Rafael Sánchez Ferlosio siempre ha polemizado contra la idea de que la envidia es el pecado nacional de España. Fue muy sonado hace años su debate público por escrito con el político, médico, escritor, crítico y casi antropólogo Domingo García-Sabell, porque este afirmaba con argumentos de peso que el tópico es cierto, mientras que Ferlosio decía que el españolito es tan chulo y pagado de sí mismo que siempre se considera mejor que el otro, y por lo tanto no lo envidia porque se siente superior. La verdad es que no sé qué será peor. No tomo partido por ninguno de los dos, pero cuando el río suena…
La envidia ha sido el motor de mucha de nuestra literatura, pues ya Tirso de Molina le dedicó su obra La lealtad contra la envidia y Cervantes hace exclamar a Don Quijote: «¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes!» Ya los clásicos la comentaron, como Cicerón cuando dice que «nadie que confía en sí mismo envidia al otro», idea que podría enganchar con la argumentación de Sánchez Ferlosio sobre la prepotencia del español que se sobrevalora. Otros autores emparentan la envidia con los celos y siempre desemboca en un odio silencioso y destructivo que ha sido tratado en diversas disciplinas, pues hasta el multidifundido Daniel Goleman habla de ello en su encadenado discurso sobre la inteligencia emocional. Y sigo sin saber qué pensar pero a veces los hechos hablan más que los libros.
Hace unos días se celebró la Gala de los Goya, y en los reportajes en diversos medios sobre las celebridades asistentes escasea la foto o el instante televisivo de Penélope Cruz, hasta el punto que alguna revista, en un especial sobre la alfombra que esta vez no era roja, la hace desaparecer, no está. Independientemente de gustos cinematográficos y personales, Penélope Cruz es la actriz española con mayor proyección internacional; una forma de medir que ellos mismos han puesto son los galardones conseguidos, pues si es por eso hablamos de Oscar, Globo de Oro, Bafta, David Donatello, Goya (tres veces), Mejor Actriz Europea, Mejor Actriz en Cannes y docenas de nominaciones a esos premios, que ninguno de los presentes en esa gala ha visto ni de lejos. Ah, y la soñada estrella en el Paseo de la Fama. Para minusvalorarla le sacan siempre a Sara Montiel, y por mucho que repaso los palmarés cinematográficos no encuentro el nombre de Saritísima ni en letras pequeñitas. Solo Victoria Abril ha conseguido alguno de esos reconocimientos, y para ella también el silencio, y Antonio Banderas ha llegado a rozarlos. Para él sí que todo son aplausos y hasta un Goya de honor.
Es extraño, y enseguida pensamos en el machismo; también puede que sea porque en su vitrina Antonio Banderas (que me parece un tipo fantástico) no tiene ni uno solo de los muchísimos galardones que ha conseguido Penélope. Si los tuviera, ¿le aplaudirían tanto? Porque se da el caso de que Javier Bardem sí que ha sido profusamente premiado y reconocido internacionalmente, y es como si no existiera. A Penélope, como no pueden pasar por encima de su trayectoria artística y profesional en el cine y en el mundo de la publicidad, la castigan con el silencio, la borran, o hacen comentarios con doble fondo. No sé qué dirá Sánchez Ferlosio, pero la envidia a menudo se practica con la maledicencia o el silencio, y por aquí de eso hay por arrobas.
ir muy lejos para comprobarlo.
(La imagen corresponde a La Envidia, pintada por Giotto di Bondone en la capilla de los Scrovegni en Padua)
Es un debate jugoso.
Me inclino por la predominancia del silencio desdeñoso, que contribuye a la desaparición del diálogo.
Pero hay de todo. Así, cada uno puede elegir su impertinencia según el momento.
Es como una soba de letras, hay de todo, depende de como lo miremos.
Saludos cordiales.
No estoy de acuerdo con usted, se le nota mucho su adversion hacia Sara (se ve que no le gusta)sin embargo su admirada (por usted )Penelope todavía tiene que demostrar que es actriz….la otra una estrella en el mundo entero,recordada y con cientos de blog