Cuando vamos en avión, en guagua o en taxi, comemos en un restaurante, cruzamos un puente o un túnel o necesitamos asistencia médica, sin pensarlo estamos creyendo en la profesionalidad, y de manera inconsciente estamos confiando en los conductores, médicos, cocineros, pilotos o ingenieros que están o estuvieron implicados. La profesionalidad da confianza. Y si nos paramos a pensar, los políticos no son profesionales, y aunque se rodeen de técnicos son los que tienen la última palabra. Una profesora de filosofía puede ser ministra de Obras Públicas, un músico ministro de Defensa y un químico presidente del Gobierno. Es decir, la última palabra la tiene siempre alguien que no es profesional.
Y esto nos lleva a la pregunta de si quienes nos gobiernan saben realmente lo que están haciendo, porque uno constata que ignoran a veces hasta los antecedentes históricos del asunto sobre el que deciden. Las declaraciones de tanto Jefe de Algo suenan siempre a favor de su conveniencia, no a la de todos. Estar en manos de Rajoy, Obama, Merkel, Putin o el presidente chino Xi Jinping, es tanto como decir que vivimos en una especie de ruleta rusa, y si ocurre como hace un siglo (que es lo que parecen evidenciar), que coincidió al frente de los estados una colección de tarugos que condujeron al mundo a la mayor guerra conocida hasta entonces, estamos en manos de azar.
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Como decía el abate Pierre: “Ellos son los leones y nosotros somos una pulga. Por eso somos más fuertes que ellos: pues una pulga puede morder a un león, pero un león no puede morder a una pulga”. Seremos la pulga que inquiete la conciencia de los mediocres-poderosos, esperemos que aún les quede alguna… Ojalá.
Lo que sigue siendo inaudito, y casi nadie parece reparar en ello, y si reparan parece que les da igual, es que para acceder a un cargo político no se necesita ningún tipo de formación específica, como comenta Emilio González Déniz, o una formación que quizás no tenga nada que ver con el cargo desempeñado.
Y cuando digo nada, es nada: ni siquiera el certificado de estudios primarios o el graduado escolar o el graduado en la ESO. No parece razonable que esto ocurra si tenemos en cuenta la responsabilidad pública que nuestros representantes electos atesoran.
Para ejercer cualquier otra profesión se exige alguna formación, algún tipo de mérito, pasar por una oposición… Para ser político, haber sido elegido por una mayoría que vota a un partido, que no es poco, pues es la base de nuestras sociedades mayoritarias. Pero se olvida con demasiada frecuencia que una decisión, aunque sea mayoritaria, NO SIEMPRE tiene por qué ser ética o justa, ni siquiera conveniente, por el mero hecho de ser compartida por muchos.
Existen numerosos ejemplos históricos y prácticos que lo demuestran. (Lo cual no es, ni mucho menos, un alegato en contra de la democracia, sino en contra de los políticos ineptos y de las decisiones irresponsables.)