La evolución del valor de las palabras


En estos días se ha celebrado el primer Día Mundial de las Personas con Enanismo, y he visto que la palabra «enano» está desterrada del vocabulario de quienes lo son, que ahora se hacen llamar «personas de talla baja», seguramente porque popularizar el nombre técnico de la afección de la hormona del crecimiento que lo provoca, acondroplasia, no parece fácil. En este caso es lógico que así lo quieran estas personas, porque la palabra «enano» tiene connotaciones negativas, debido a los cuentos infantiles, los relatos legendarios y su presencia continuada en las pistas de circo.
zzzzz disneymm.JPGEl lenguaje suele delatar la manera de pensar de la gente. No es un secreto que los seres humanos tomados como colectivo tienen muy desarrollada la crueldad, y poco a poco las palabras técnicas las convierten en insultos, y a veces el círculo se cierra cuando algunas palabras cobran sentido cariñoso. Los ejemplos más claros son las palabras «bobo» y «tonto», que pasaron de ser descriptivas a insultantes (el tonto del pueblo) y han acabado siendo muletillas afectivas. No corrieron la misma suerte «imbécil» e «idiota», zzzzcircommm.JPGcon similar significado que las anteriores, y siguen ahí, con su carga negativa, sólo que ahora ya no se usan para describir carencias psíquicas sino como insulto puro y duro. Para evitar esto, hace casi medio siglo, a una persona con carencias psiquicas se la comenzó a a llamar «subnormal», que poco a poco se convirtió en insulto muy popular. En cuanto a las personas con problemas físicos se tomó la palabra «minusválido», que todavía no ha degenerado y formalmente se usa «discapacitado», sea físico o psíquico, según la persona afectada tenga problemas de movilidad o de entendimiento.
Y no es posible saber cuánto tiempo pasará antes de que alguien use esa palabra para insultar y menospreciar. Ojalá eso no ocurra, pero conociendo al género humano, utilizará todo lo que esté a su alcance cuando trate de zaherir al otro, y por si ya la vida no es lo suficientemente dura para ellas, humilla de paso a las personas con discapacidad. Tal vez por eso, un vendedor de la ONCE me decía que él era ciego, que y que no le diera vueltas, porque las otras formas de llamarlo (invidente, discapacitado) le daban miedo por lo mismo. Y un amigo afectado por la polio también prefiere que lo llamen cojo, directamente, porque otras componendas (que camina despacio, que tiene un andar característico) se prestan al chiste. Y es que los humanos no tenemos remedio, aunque hay que seguir buscándolo.

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