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Peter O’Toole, creador de iconos

zzzzzz rence-of-Arabia_01[1].jpgHace unos años que una época está dando carpetazo, y la muerte de Peter O’Toole es otra página más de ese libro de los muertos que formaron parte de nuestra vida, referencias que nos trasladan a momentos y memorias que nos son gratas, seguramente porque entonces éramos más jóvenes. Hay actores y actrices que unen su nombre a un personaje mítico, sea real o de ficción (a veces más de uno), y así siempre el Doctor Zhivago tendrá el rostro de Omar Shariff, Ben-Hur el de Charlton Heston, La Reina Virgen el de Glenda Jackson y Lolita el de Sue Lyon. Peter O’Toole protagonizó muchas películas inolvidables, entre la audacia, la elegancia, el mal genio y hasta la comicidad. Era un actor a veces excesivo, pero imprimía carisma a sus personajes, fuese el de un ladrón de guante blanco junto a la extraordinaria Audrey Herpburn, de insufrible instructor de baile o de profesor de estricto colegio briánico. Pero está más en la memoria cinematográfica por sus interpretaciones de personajes históricos, que él hacía a su manera, y así el Lord Jim de Joseph Conrad es una de sus marcas. Pero sin duda, per secula seculorum, por muchas versiones que hagan (si se atreven) Peter O’Toole será el gran incono cinematográfico del Coronel Thomas Edward Lawrence, Lawrence de Arabia, uno de los personajes más icónicos de la historia del cine. Se va Peter O’Toole, quedan Lord Jim, Svengali, Mr, Chips y sobre todo el Coronel Lawrence, el de celuloide, Lawrence de Arabia.

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¿Sabemos realmente lo que está pasando?

Si decía Borges que la historia del siglo XX no podría escribirse por exceso de información, supongo que la del siglo XXI nos conduciría directamente a un bloqueo. Hay exceso de información, que circula por muchos canales diferentes, y muchas veces no sabemos lo que es verdad y lo que se monta como bulo interesado. Otra forma de desinformar es a través de la saturación, se habla tanto y tan repetidamente de un asunto que acaba creando cansancio, zzzDSCN4489.JPGy llega un momento en el que uno deja de prestar atención. Sospechamos que gobiernos y grandes corporaciones nos ocultan cosas, pero a veces no es así, sino que es tal la avalancha de datos, que nos causa estrés mental y es como si no dijeran nada. En otras ocasiones tenemos acceso a esos datos, que suelen ser exhaustivos, pero de nada nos vale porque luego vienen las interpretaciones. No somos físicos nucleares, economistas, sociólogos, biólogos, géologos y politólogos a la vez, para sacar una conclusión de una tabla de números sobre cualquier asunto importante. Al final, salen Fulano y Zutano, que son líderes de opinión reconocidos, y nos sumamos a su análisis. Pero eso tampoco es garantía de nada, porque la gente tiene su tempo, aunque no lo sepa, y así quien cree a Gabilondo desconfía de Anson, y al revés, además de que se duda de las valoraciones de voces diversas. El mismo hecho puede ser una maravilla o un desastre según quien lo diga y quien lo escuche. Como consecuencia, en una época en la que más medios existen para comunicarnos, cabe hacerse la pregunta de si en realidad sabemos, aunque sea de una manera aproximada, qué está pasando, y qué significa.

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Los fastos de Johanesburgo

zzz5555Foto0225.JPGLa despedida que los más altos dirigentes del mundo han dado a Mandela en «el mismo estadio en el que España ganó el Mundial de Fútbol 2010» (Rajoy dixit, qué torpeza) me ha hecho entrar en un océano de confusión. Lo único cierto, real y sincero es el pueblo sudafricano que celebra agradecido la vida Mandela, no llora su muerte, agradece haberlo tenido. Lo demás se me escapa. No se explica ese desfile de mandatarios, que llegan a Johanesburgo a decir una bellas palabras que incumplen, o simplemente a hacer de extras de lujo en un magno programa de televisión. Si los gobernantes que se dieron cita en ese acto quisieran, el mundo cambiaría en cinco minutos, casi como por arte de magia, chasqueando los dedos. Tienen en sus manos el poder para detener guerras, evitar hambrunas, cambiar la opresión por libertad. Y lo único que hacen es gastarse un dineral a cuenta de sus presupuestos nacionales para ir a Sudáfrica y hacerse una foto, como la que se hacían con el móvil un exultante Obama junto a la primera ministra de Dinamarca (parecían dos adolescentes en una fiesta). Me pregunto cuánto habrá costado al mundo la presencia de tantos mandatarios, tantas estrellas del espectáculo, tantos personajes que fueron y ya no son (Clinton, Sarkozy, Kofi Annan…) Muchos millones, para luego regresar y olvidarse de sus palabras en aquel estadio y hasta de que Mandela alguna vez haya existido. ¿Estaría de acuerdo Mandela con unos fastos así alrededor de su cadáver aun caliente?