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Rico, holgazán y presumido: Marcel Proust

Puesto ante el teclado, pienso que excelsos críticos han dicho y dirán cosas muy interesantes sobre En busca del tiempo perdido, y se me antoja entrar en asuntos que seguramente atraerán menos espacios, pero que se mueven alrededor de esta gran obra. En España, a partir de la Transición, la imagen personal de Marcel Proust no ha sido muy buena. zgra1Marcel-Proust-007[1].JPGLos tiempos pedían otra cosa entonces y aunque nunca se ha negado el peso de su obra literaria, MP como persona tiene todos los ingredientes para convertirlo en el negativo del tipo que había que admirar. De hecho, nombrar a MP y su novela gigantesca en siete libros ha sido casi argumento de chiste durante años, y pocas imágenes han sido más utilizadas para hacer reír como la magdalena que, goteando té, lleva a la boca y a los sentidos el detonante de la memoria infantil del narrador. La magdalena de MP es algo así como el huevo de Colón o el nudo gordiano que cortó Alejandro Magno a su paso por Frigia. Pero esa magdalena literaria supuso un antes y un después en la concepción artística y filosófica del mundo en los albores del siglo XX.
Y es que MP fue un niño rico, mimado hasta el exceso, criado entre algodones y enfermizo, y no sabremos si lo uno por lo otro o al revés. Nunca trabajó por cuenta ajena ni emprendió negocio alguno, no necesitaba dinero, era rico de cuna y podía pasarse el día en la más absoluta quietud. Para colmo, era un seguidor estricto de la moda en el atuendo, siempre a la última, un dandy en toda la extensión de la palabra, al modo de Oscar Wilde, que por el contrario tuvo buena prensa (no en su tiempo). Podríamos decir que Wilde y MP son la imagen de escritor insufrible, pero el irlandés tenía el cartel de divertido e ingenioso y el francés de aburrido y torpe. Y ninguna de las dos cosas es cierta, al menos en términos absolutos.
z2filecdn[1].jpgCon holganza y dinero, MP pasó mucho tiempo en la cama, unas veces por su tipología asmática y enfermiza (ser asmático no da, sin embargo, patente de corso literaria) y otras porque tuvo entre sus sábanas a gran parte del París homosexual de su tiempo y cuantos transeúntes pudo cazar, fuera el prestigioso Anatole France, árbitro junto a Zola de las letras francesas de entonces, el compositor venezolano Reynaldo Hahn o el autor y editor André Gide, lo que no le sirvió para que este publicara En busca del tiempo perdido. Incluso se le atribuyen romances (más bien «yacimientos») con el bailarín Vaslav Nijinsky y con Oscar Wilde, pues ambos tienen tumba en París; pero el irlandés era muy mayor y el bailarín demasiado joven, así que me inclino a pensar que son afirmaciones que andan entre el chisme y la leyenda.
El tiempo da y quita razones. Nacer rico es una suerte, vestir bien no es delito y dedicar el tiempo a lo que a uno le dé la gana es una bendición. El joven Marcel podría haberse dedicado a hacer daño a otros, y sin embargo no solo no lo hizo sino que podríamos decir que tomó actitudes y realizó acciones que no se esperan de un rico holgazán presumido. Para empezar, se alistó voluntariamente en el ejército durante dos años, a pesar de su endeble salud, porque lo consideró un deber. Nadie lo llamó a tomar partido, y sin embargo apoyó a Emile Zola en el caso Dreyfus, cuando condenaron injustamente a un hombre y Zola publicó el famoso Yo acuso, lo que lo llevó inmediatamente ante un tribunal de justicia. Un hombre de la posición social y económica de MP podría haberse inhibido, zzespj.JPGpero no solo no se escondió, sino que arrastró en el apoyo nada menos que al todopoderoso Anatole France, y eso pesaría mucho a favor de Zola. Así que, MP no era una mala persona, y cuando tuvo que hacerlo se comprometió con su condición de judío (entonces esa era una rémora hoy inimaginable), con ponerse frente a lo que creía injusto y con su homosexualidad, pues fue con Oscar Wilde uno de los pioneros de las libertades sexuales.
Pero sin duda el mayor compromiso de MP fue con la literatura, pues En busca del tiempo perdido no es una novela a secas, ni siquiera una gran novela. Es eso y un meticuloso un plano del tesoro para cualquier acto intelectual. Esta novela, lejos de ser un motivo de chanza, lo cambió todo no solo en la literatura, también lo hizo en la manera de encarar todas las artes y el pensamiento en general, pues la última centuria está cruzada por la influencia de un texto largo (3.000 páginas) que va matizando todas las vertientes de la vida. Siempre he dicho que la novela total no existe, es imposible, pero una de las pocas veces que se ha llegado muy cerca es cuando MP escribió En busca del tiempo perdido.
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(Este trabajo fue publicado en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7 el miércoles 20 de noviembre. Resulta curiosa la segunda foto en la que se ve cómo durante el franquismo se castellanizaban nombres extranjeros y aparece «Marcelo» en lugar de Marcel.)

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Un novelista muy especial

Hay novelistas y novelistas. Los hay que inciden sobre otros, crean escuela o al menos se les puede seguir el rastro en otros, y los hay que surgen como islas con las que se han roto todos los puentes. Luis Goytisolo pertenece a los segundos. Nadie le puede seguir el paso porque casi podría decirse que escribe en una lengua que solo habla él. Su obra es extensa, pues publica con periodicidad desde 1958, pero su obra cumbre es la tetralogía Antagonía, compuesta por las novelas Recuento (1973), Los verdes de mayo hasta el mar (1976), La cólera de Aquiles (1979) y Teoría del conocimiento (1981), que el francés Claude Simon considera una de las tres grandes novelas del siglo XX, y otros la consideran pareja a En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, o El hombre sin atributos, de Robert Musil. Sobre esta novela se ha escrito mucho, aunque hasta su autor reconoce que se ha leído poco.
Goytisolo--644x362[1].jpgLuis Goytisolo es un autor que se decantó desde el principio por un público corto pero escogido; Juan Ramón Jiménez dedicaba su obra «a las minorías, siempre», y Luis Goytisolo sigue su estela en ese sentido. No es que sea un novelista oscuro y alambicado, es distinto. Hay una línea de autores llamados experimentales que empieza en el último Henry James y sigue en Joseph Conrad, James Joyce, Virginia Wolf, William Faulkner y Malcom Lowrry, y salta a autores como J. Kennedy O’Toole y en España a Juan Benet y Juan Goytisolo, hermano del autor que ahora nos ocupa. Esta línea tiene seguidores como Javier Marías y Belén Gopegui, pero el caso de Luis Goytisolo es especial: rompe hasta con los rupturistas, trata de inventar una nueva novela, asunto en el que ha tenido un gran éxito con la condición de que quien la escriba sea él, porque luego nadie le ha seguido. Es una isla, eso sí, aplaudido y respetado por todo el mundo menos por los libreros, que nunca harán negocio con él.
Podríamos hablar entonces de un novelista singular en toda la extensión significativa de esta palabra. Ha triunfado con su invento, pero ha fracasado en el intento de imponerlo. Es más, después de los experimentos diversos de hace 40 años (La Saga-fuga de JB, Makbara, El don de Vorace, Volverás a Región, Mortal y Rosa…), en los años 80 la novela regresó al realismo, que es donde, salvo excepciones, sigue avanzando, seguramente porque ese es su territorio natural. Así que Luis Goytisolo tiene en su haber la honestidad incorruptible del que se marca un propósito y lo cumple sin concesiones, y en su debe la distancia que ha ido poniendo entre él y el mundo, incluso de la literatura en su expresión más noble. Es uno de los españoles que cada año suena para el Premio Nobel, pero cuento con los dedos de una mano las personas que conozco que han leído Antagonía, y ninguna que la siga. Sin duda es necesario que haya autores así, pero sería mejor que tanto esfuerzo fuese simiente. Le han concedido el Premio Nacional de Las letras, que sin duda merece por su voluntad insobornable, y quién sabe si en el futuro surgirá una generación que se inspire en Antagonía.
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(Este trabajo se publicó en la edición impresa de Canarias7 el día 15 de noviembre)