Neruda y la España de los rondadores


Obligado de alguna manera por el calendario de Pleamar, este mes de septiembre he tenido que volver la vista 40 años atrás, porque el año 1973 hubo una especie de liquidación en muchos campos, y figuras destacadas que marcaron en gran medida la trayectoria de nuestra sociedad fueron alcanzadas por la Parca. Hoy recordamos a Pablo Neruda, fallecido un 23 de septiembre, pero en este primer párrafo no quiero dejar al menos de enumerar los nombres de algunas de aquellas personas que están en los cimientos de los que somos (ya lo estaban): Picasso, Pau Casals, John Ford, el gran poeta mexicano José Gorostiza, nuestro paisano Claudio de la Torre, Nino Bravo, José Alfredo Jiménez, Salvador Allende, Tolkien, Víctor Jara… Tampoco podemos olvidar la importancia social y política que tuvo en 1973 la muerte del Almirante Carrero Blanco y el desgarro por la desaparición de una de las mayores actrices que hemos visto en una pantalla, Anna Magnani, cuyo aniversario se cumple precisamente mañana, 26 de septiembre.
zzpablo-neruda_0[1].JPGPero hoy toca Neruda, un poeta que consiguió que su vida fuese tan seguida como su obra, cosa poco frecuente en la literatura y mucho menos en la poesía, que suele ser muy minoritaria. Neruda fue una estrella desde que publicó su segundo libro, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, en 1924, con 19 años. Las palabras barrocas al tiempo que directas de aquel poemario epigonal del modernismo calaron en todos los rincones de nuestra lengua, y Neruda se convirtió en una referencia, que se agrandó por sus viajes por todo el mundo y su conocimiento de otros lugares debido a su carrera diplomática. Fue secretario de embajada aquí, cónsul allá y embajador, delegado o vocero de Chile en medio mundo.
En España, su eclosión coincidió con el estampido que significó la llamada Generación del 27, y en tiempos de La II República creó en Madrid una de las revistas fundamentales de la época, Caballo verde para la poesía. Como un actor de Hollywood o una estrella del Rock, intuyó que cualquier combinación que usara de su verdadero nombre, Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, tendría poca pegada en las portadas de los libros, así que tomó prestado el de un poeta checo al que admiraba y de esa forma lo conocemos, y de paso anuló sin querer al ya desconocido autor que realmente se llamaba Pablo Neruda (*).
Literariamente fue un aldabonazo, porque era distinto, nuevo, pero en cuanto a biografía responde al esquema de escritor latinoamericano que se implica en la política, sea por la militancia o por la diplomacia, cosa que en Europa nunca estuvo bien vista para su autores, y por eso le llovieron críticas a Orwell, a Malraux, a Vaclav Havel o a Semprún cuando dieron un paso al frente y accedieron a cargos públicos. En Latinaomérica eso es casi la normalidad, y así el listado de autores implicados en lo público es casi paralela a la de escritores sin más: José Martí, Rubén Darío, Domingo Faustino Sarmiento, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Rómulo Gallegos, Octavio Paz, Uslar Pietri, Jorge Edwards, Ernesto Cardenal y un largo etcétera, combinado, además con otros autores que nunca ejercieron de ministros o embajadores pero que han tomado partido políticamente, desde García Márquez a Ernesto Sábato y Vargas Llosa. Borges en eso era europeo.
zzTumbaNeruda[1].jpgPor eso no es raro que Neruda combinase su actividad literaria con sus cargos diplomáticos, su militancia en el Partido Comunista de Chile o su apoyo claro al bando republicano durante la Guerra Civil española, haciendo de enlace de las Brigadas Internacionales, y en cuyas idas y venidas nacieron poemarios tan importantes Los versos del Capitán y España en el corazón. Formó parte de la Unidad Popular chilena en las elecciones de 1971, y renunció a su candidatura a la presidencia en favor de Allende, reservándose el cargo de embajador en París, donde los suecos lo sorprendieron con el Premio Nobel de Literatura de aquel mismo año. Neruda es uno de esos autores a los que el Nobel no les sirve de mucho porque ya han llegado a todas partes, pero fue a recogerlo porque exhibía una confesada vanidad, por otra parte legítima.
Vivió una época de gran esplendor para la poesía en nuestra lengua, pero siempre fue un punto y aparte porque su popularidad era arrasadora. Aparte de la mencionada Generación del 27 en España, fue coetáneo en América de poetas tan grandes como César Vallejo, Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral, Silvina y Victoria Ocampo, Alfonsina Storni, José Gorostiza y los chilenos Vicente Huidobro, Nicanor Parra y Pablo Rocka. El Nombre de Neruda era aplastante, y aun hoy siguen los debates estériles sobre si Rocka era mejor, o si Vallejo es el número uno. Todos esos nombres están con merecidísimas letras grandes en la Literatura con mayúsculas, y Neruda también, pero lo que resulta evidente es que muchas generaciones de lectores y lectoras adoraban a Neruda, a su poesía y al autor. Y cabe preguntarse si este hombre excesivo en todo era realmente ese poeta gigantesco que sigue sonando por todas partes. Sí que lo era. Pablo Neruda fue y es un poeta cenital, hace sencillo lo alambicado y lo cotidiano lo convierte en sublime. Poseía una especie de varita mágica que lo hacía diferente.
Otra de sus divisas es su relación con las mujeres. Hay dos que sin duda marcaron su vida, Delia del Carril y Matilde Urrutia, pero su historial de seducciones es inabarcable, porque a su verbo florido unía una voz poderosa y una presencia física tremenda con su enorme estatura aureolada, además, por su fama universal. De sus versos se desprende que para él las mujeres eran seres celestiales y por lo tanto el sexo tenía caracteres de religión. En su diccionario, tan rico en palabras expresivas, no estaba «fidelidad» tal y como se entiende generalmente. Las mujeres que lo amaron supieron siempre que para un devoto mujeriego como él, siempre hay que celebrar el amor.
zzTrasatlantico-ddddd].jpgY acabo con una anécdota: En 1972, ya enfermo, regresaba desde Francia a Chile en un trasatlántico (no era amigo de aviones) que hacía escala en el puerto de Santa Cruz de Tenerife. Cuando se supo, estudiantes y escritores se juntaron en La Laguna, algunos llegados desde Gran Canaria, y después de la peregrinación etílica por Maquila y Artillería, cogieron unas guitarras y se fueron a dar una serenata al poeta. Desde el muelle, cantaron desafinadamente una cueca de Quilapayún (entonces, con Franco vivo y a medianoche, ese acto rozaba la subversión). Terminaron dando vivas a Chile y a la Unidad Popular. Neruda se asomó a la barandilla del barco y gritó en respuesta: «Viva la España de los rondadores», porque él sabía que los de la serenata tenían entonces otra España en su cabeza.
(*) Me corrige acertadamente Maite Lacave y el autor checo se llamaba Jan Neruda, no Pablo.
***
(Este trabajo se publicó en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7 del día 25 de septiembre)

Un comentario en “Neruda y la España de los rondadores”

  1. Los versos del Capitán – Si tú me olvidas
    [Poema: Texto completo]
    Pablo Neruda
    SI TÚ ME OLVIDAS
    Quiero que sepas
    una cosa.
    Tú sabes cómo es esto:
    si miro
    la luna de cristal, la rama roja
    del lento otoño en mi ventana,
    si toco
    junto al fuego
    la impalpable ceniza
    o el arrugado cuerpo de la leña,
    todo me lleva a ti,
    como si todo lo que existe,
    aromas, luz, metales,
    fueran pequeños barcos que navegan
    hacia las islas tuyas que me aguardan.
    Ahora bien,
    si poco a poco dejas de quererme
    dejaré de quererte poco a poco.
    Si de pronto
    me olvidas
    no me busques
    que ya te habré olvidado.
    Si consideras largo y loco
    el viento de banderas
    que pasa por mi vida y te decides
    a dejarme a la orilla
    del corazón en que tengo raíces,
    piensa
    que en ese día,
    a esa hora
    levantaré los brazos
    y saldrán mis raíces
    a buscar otra tierra.
    Pero
    si cada día,
    cada hora
    sientes que a mí estás destinada
    con dulzura implacable.
    Si cada día sube
    una flor a tus labios a buscarme,
    ay amor mío, ay mía,
    en mí todo ese fuego se repite,
    en mí nada se apaga ni se olvida,
    mi amor se nutre de tu amor, amada,
    y mientras vivas estará en tus brazos
    sin salir de los míos.

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